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Varones estudiando varones. La etnografía como acto político
Men studying men. Ethnography as a political act

Diego Alsina Machado
Centro Universitario Regional del Este-Universidad de la República Uruguay /
dmam1989@gmail.com

Resumen: Pensar, analizar y reconstruir los modos de la denominada masculinidad dominante en los clubes deportivos requiere de un ejercicio reflexivo. Espacios primordialmente masculinos, con ciertas características, particularidades, formas de actuar, de vivir y pensar las relaciones como aspectos de una identidad hegemónica, con sus permisos y prohibiciones. Indagar a propósito de las diversas identidades promueve la problematización sobre los privilegios que se desprenden de la performatividad de una masculinidad dominante. En ese sentido, presento la etnografía como acto político y como posición fundamental en mi proceso de investigación, y con ello propongo una perspectiva teórica que me permite conocer y problematizar mis posibilidades como etnógrafo y los límites de la masculinidad. Para ello recojo datos del trabajo de campo etnográfico de mi tesis de maestría orientada al análisis de los procesos de construcción de identidades de los individuos que forman parte del Club Colón de San Carlos en relación con las prácticas de fútbol y murga. Donde en mis características corporales, de reconocimiento identitario y dominante creo oportuno un constante ejercicio de extrañamiento y reflexividad que permite una distancia adecuada con el objeto de estudio.

Palabras clave: etnografía, interseccionalidad, clubes deportivos, masculinidad hegemónica.

Abstract: Thinking, analyzing and reconstructing the modes of the so-called dominant masculinity in sports clubs requires a reflexive exercise. Primarily masculine spaces, with certain characteristics, peculiarities, ways of acting, living and thinking about relationships as aspects of a hegemonic identity, with its permissions and prohibitions. Inquiring about the various identities promotes the problematization of the privileges that arise from the performativity of a dominant masculinity. In this sense, I present ethnography as a political act and as a fundamental position in my research process, and with this I propose a theoretical perspective that allows me to know and problematize my possibilities as an ethnographer and the limits of masculinity. To do this, I collect data from the ethnographic fieldwork of my master's thesis aimed at analyzing the identity construction processes of individuals who are part of the Club Colón de San Carlos in relation to soccer and murga practices. Where in my bodily characteristics, of identity and dominant recognition, I believe a constant exercise of estrangement and reflexivity that allows an adequate distance with the object of study is opportune.

Keywords: ethnography, intersectionality, sports clubs, hegemonic masculinity.

Fecha de recepción: 4 de mayo de 2021
Fecha de aprobación: 17 de febrero de 2022

Este proyecto de maestría pretende problematizar el campo de las masculinidades en el contexto de los clubes deportivos; específicamente, a partir de las particularidades en las prácticas del fútbol y la murga en el Club Colón de San Carlos, Uruguay. Pensar, analizar y reconstruir los modos de la denominada masculinidad dominante en espacios con estas características, en los cuales hay una fuerte participación de la ciudadanía y específicamente de la gente del barrio, requiere de un ejercicio reflexivo. Esas actividades constituyen espacios reconocidos como primordialmente masculinos, con ciertas características, particularidades, formas de actuar, de vivir y pensar las relaciones. Indagar sobre las diversas identidades permite problematizar en torno a los privilegios que se desprenden de la performatividad de una masculinidad dominante.

Para ello, a partir del marco teórico que ofrecen los estudios sociales y culturales sobre deporte pienso una reflexión a propósito de la performance de las masculinidades mediante un trabajo de campo etnográfico. El interés principal de este proyecto se enfoca en las preguntas: ¿Cómo se construyen las masculinidades en el Club Colón de San Carlos a partir del fútbol y la murga? ¿Cómo opera la posición social, material y simbólica en la producción y reproducción de una masculinidad dominante? El estudio del Club será a partir de la puesta en práctica y entrecruzamiento de las configuraciones y dinámicas de los sujetos que están y asisten al club, las relaciones que allí se construyen como campo de producción de una masculinidad dominante, y la visibilización de características institucionales, prácticas y agentes que disputan esa masculinidad. En este sentido, la apuesta por la teoría de la interseccionalidad permitirá aprehender las relaciones sociales como construcciones simultáneas en distintos órdenes: de clase, género y raza, y en diferentes configuraciones históricas.

Considero al deporte en su condición de productor y reproductor cultural, de espacio ideológico e inclusive de participación ciudadana. En ese aspecto, resulta oportuno mencionar que parto de la idea que no sólo revela aspectos cruciales de lo humano, o aspectos de poder existente en determinadas instituciones, sino que es, fundamentalmente, una parte integral de la sociedad; el deporte permite reflexionar sobre lo social y los mecanismos básicos de creación de identidades.[1] Por su parte, la murga cuestiona a la sociedad de forma cantada, comparte con el fútbol la condición de producción y reproducción cultural; vive de la iniciativa festiva del vecindario por ser una auténtica manifestación colectiva; se configura como un simple ritual de apropiación y recomposición de los espacios públicos; lleva consigo un acto de autoafirmación y reconocimiento mediante una actuación musical, humorística y teatralizada. Tiene un origen fundamentalmente mítico, donde lo que importa de verdad no es la verdad histórica, sino la narración de la memoria. El sentido de pertenencia al club, ocupar sus espacios de múltiples formas y de una “manera de hacerlo”, permite observar rasgos culturales, costumbres, valores y creencias de un grupo social, y posibilita analizar cómo se desenvuelven, retroalimentan y recrean en esta práctica, con posibilidades de análisis de trayectorias individuales y a la vez colectivas. El club, en ese sentido, tiene una dimensión barrial muy intensa.

En el presente apartado pretendo desarrollar dos cuestiones que se me han presentado en el trabajo de campo etnográfico: el primero es mi posición como etnógrafo, punto del que se desprenden aspectos sobre la etnografía, las masculinidades y mi posicionamiento teórico; por otro lado, el estudio de las masculinidades en mi condición de varón cis heterosexual. Como refuerzo del aspecto anterior, mi posición dentro de este contexto, al ser “la persona que viene de afuera”, y a sabiendas de que los voy a “investigar”, se hace oportuno problematizar a qué me permiten acceder, la relación establecida entre los integrantes del Club conmigo y lo que se espera de mí. Este ejercicio implica un recorrido transversal con la necesidad inminente de calibrar la distancia con mi objeto de estudio, así como el extrañamiento y trabajar mi reflexividad.

Es así que podemos tomar los aportes de Roberto Cardoso de Oliveira,[2] el cual nos llama la atención acerca de tres medidas respecto del trabajo del antropólogo: la primera se centra en la aprehensión de los fenómenos y dinámicas sociales, como aspectos que invitan a una reflexión en el quehacer antropológico y en la producción de conocimiento; de esta manera, tuve que llevar a cabo un ejercicio potente de extrañamiento, ya que conozco de cerca el campo que habré de estudiar debido a que soy licenciado en Educación Física y técnico de Fútbol, lo que además conlleva que cuento con toda una vida influenciada por el deporte: practico fútbol desde niño y participé en la primera división (ofi-Liga Mayor de Maldonado); así, mi formación gira en torno a ello y mi actividad profesional como director de algunos equipos de la misma liga que el club en cuestión. De la misma manera, el estudio de estos espacios que habitualmente habito y de los cuales soy parte me pone frente al desafío de llevar a cabo una etnografía en “casa”. Pero a la vez tuve que cuestionar mis formas de oír, escuchar y escribir lo que los actores me dirán. Cardozo de Oliveira aconseja un escuchar y oír disciplinados: debido a la disciplina, la misma organiza nuestra percepción y, permite escribir nuestro pensamiento como producto de un discurso que sea creativo, propio de las ciencias disuadidas por la construcción de la teoría social. Así, los nativos definen en su espacio sus prácticas y, entenderán pertinente, lo que allí debería suceder y lo que debería interpretarse.

Las posibilidades del etnógrafo

Connell[3] aborda el concepto de masculinidad como una posibilidad relacional que se ocupa de estructurar el poder con base en el género. El género es una interpretación cultural que funciona como un dispositivo de poder, como un guion que socializa los cuerpos[4] con pene en la masculinidad, para que se conviertan en varones, y a los cuerpos con vagina en la feminidad, para que se conviertan en mujeres, y que violenta a los cuerpos con diversidad genital o intersexuales.

La masculinidad es un concepto relacional, ya que existe relacionado con una estructura general de poder. Es un conjunto de significados, siempre cambiantes, que construimos a través de nuestras relaciones con nosotros mismos, con los otros y con nuestro mundo. La masculinidad no es estática ni atemporal, es histórica. Si decíamos que el género es un dispositivo de poder, un guion para la socialización de varones y mujeres, la masculinidad es esa dimensión del dispositivo y del guion, en una posición destinada a la educación de los varones en ciertos mandatos y prácticas.[5] Gayle Rubin,[6] en su trabajo “El tráfico de mujeres: notas sobre la ‘economía política del sexo’”, señala que en aquel intercambio, los hombres adquieren ciertos derechos, y que las mujeres no tienen total derecho sobre sí mismas.[7] Ese concepto nos permite entrever que tal intercambio supone una gran carga política, “producto de las relaciones que producen y organizan el sexo y el género”.[8] Fútbol y murga se constituyen inicialmente como un espacio donde disputarse los sentidos de la masculinidad hegemónica, donde más bien se tiende a reproducir sus lógicas y a reforzar discursos sexistas, que parten de la hetero-cis-normatividad de los varones.[9] Como lo presenta Judith Butler (2007), es propio de la estructura patriarcal: asumir que el cuerpo es un territorio que no se puede discutir, y que las diferencias biológicas son la base de toda diferencia social: el cuerpo y la sexualidad se vuelven naturaleza biológica. Se atribuyen así formas de ser, de moverse, de jugar a la pelota, comportamientos, formas de habitar el club, de definir relaciones entre varones, así como entre varones y mujeres; formas de cantar, comer y —por supuesto— parámetros de rendimiento deportivo y performativo según el sexo biológico, que nunca es discutido.[10]

Si se nace varón, se es siempre varón y se vive “como varón”. El concepto de intersección supone la existencia de grupos que precisamente estarían en la intersección del sexismo, el racismo y el clasismo. La interseccionalidad permite considerar las relaciones sociales y visibilizar de maneras simultánea el discurso dominante y las alteridades preexistentes que comprenden a los sujetos en sus identidades. Estudiar las intersecciones particulares puede relativizar las percepciones sobre el funcionamiento de la dominación, así como la manera en que se relaciona con la producción de las y los distintos actores sociales. La experiencia como proceso de significación, como lugar de la formación del sujeto, “el sujeto que interpela/es interpelado”.[11]

En definitiva, considerar las masculinidades en su carácter relacional implica discutirlas o problematizarlas como acto político. Dicho de otro modo, genera ciertas formas de vincularse a través de distintas relaciones de poder establecidas. Una propuesta de trabajo de campo etnográfico, propone Rosana Guber, “es una concepción y práctica de conocimiento que busca comprender los fenómenos sociales desde la perspectiva de sus miembros (entendidos como ‘actores’, ‘agentes’ o ‘sujetos sociales’)”.[12] La etnografía implica una presencia constante del investigador en el territorio y constituye la puesta en relación de las distintas voces y prácticas que conforman la sociabilidad de ese espacio; comprende entender cómo viven estas prácticas los protagonistas con una perspectiva de cómo piensan, sienten, dicen y actúan, y la relación entre los actores.[13] De esa manera, el proceso no se hace “sobre” la población sino “con” y “a partir de” ella, donde la preocupación central es comprender e interpretar la temática, sin descartar mi propia reflexividad por habitar estos espacios, como mencioné más arriba. Por tanto, la participación en los eventos cotidianos de los sujetos a observar agrega la experiencia directa del investigador en los actos cotidianos. Se define como la participación del investigador en el campo de estudio, aprender el idioma, las dinámicas en las organizaciones sociales, aspectos culturales, prácticas y representaciones.[14]

La importancia de la corporalidad en el método implica un habitar los espacios del club, con un significado, aspectos éticos y morales en el posicionamiento corporal. El trabajo de campo etnográfico destaca la importancia de la corporalidad para comprender las tramas culturales, cómo la posibilidad de comprender y aprehender relaciones propias del campo a estudiar.[15]

En efecto, los distintos colectivos construyen sus particulares modos de percepción, gestualidades y expresiones corporales, ya sea en las dimensiones cotidianas o rituales. Por ello es que el cuerpo “es el presente-ausente, al mismo tiempo pivote de la inserción del hombre en el tejido del mundo y soporte sine qua non de todas las prácticas sociales; sólo existe, para la conciencia del sujeto, en los momentos en que deja de cumplir con las funciones habituales, cuando desaparece la rutina de la vida cotidiana o cuando se rompe “el silencio de los órganos”.[16]

Esto conlleva a la necesidad de la corporalidad para aprehender determinados fenómenos sociales y culturales del campo a estudiar, no sólo al comprender los procesos por los cuales los actores ven, perciben y habitan mediante el cuerpo los territorios determinados, dotándolos de significados y atribuciones propias del lugar.[17] Siguiendo con esta idea, pensar las relaciones vinculares en una lógica corporal a través de la constitución de las masculinidades que conviven en ese espacio implica optar por una perspectiva de análisis en clave de interseccionalidad. Indagar en las masculinidades hegemónicas exige comprender las prácticas de las diversas identidades y la acción histórica de las relaciones entre las feminidades y las masculinidades. En tal sentido, y desde una perspectiva en clave de interseccionalidad, la comprensión de la masculinidad hegemónica necesita incorporar una comprensión más de las jerarquías de género, reconociendo la agencia de los grupos subordinados tanto como el poder de los grupos dominantes y el condicionamiento de la dinámica de género, raza y clase social de los grupos involucrados.[18] La interseccionalidad ha ganado terreno como la expresión utilizada para designar la perspectiva teórica y metodológica que intenta aprehender y se involucra con las relaciones de poder. Por tanto, ese posicionamiento me permite la conceptualización de las identidades como múltiples y fluidas, poniendo el énfasis en los procesos dinámicos y en la deconstrucción de las categorías normalizadoras y homogeneizantes.[19]

Es así que puedo mencionar mi reflexividad como un concepto que equivale al pensamiento teórico-práctico del investigador sobre su persona, que incluye los condicionamientos políticos y sociales (género, etnia, clase social) que pueden reconocerse en el vis a vis con los interlocutores.[20] En ese sentido me permito citar a Juan Branz al mencionar:

Hay un discurso que se encarna en el cuerpo, que se aprende. Que se logra y se alcanza. Que llega a ser auténtico cuando los otros lo reconocen. Cuando se “sabe estar” entre hombres, se llega a una hombría legítima, “normal; y más aún, el juego entre palabras y cuerpos que asigna una masculinidad verdadera: que se juega en “escenas” donde se pone a prueba la identidad masculina.[21]

La etnografía posibilita la práctica corporal como método; supone construir y reconstruir los distintos lugares de los actores; implica un diálogo permanente con los sujetos en el quehacer cotidiano del club (en las comidas, en los ensayos, en los partidos, en las reuniones, en los viajes, en los preparativos, entre otras). Es decir, implica una mejor comprensión de las variaciones y contradicciones en el campo de la moralidad, así como el análisis de los vínculos y relaciones sociales, la comprensión de los lugares de los actores en estas actividades, y el indagar en los aspectos discursivos dominantes y los marginales. Estos discursos dominantes o jerarquías tienden a reforzarse con la experiencia o la trayectoria en los ámbitos de murga y de fútbol, la heteronormatividad o heterosexualidad obligatoria y el aguante.

Las intersecciones en las cuales está inmerso el investigador inciden, afectan y modelan el trabajo de campo, ciertamente, y, por tanto, la investigación, además de la reflexividad considera al campo, a la perspectiva teórica y a la escritura del texto.[22] Estos aspectos definen las características, necesidades y posibilidades que consciente o inconscientemente son suprimidas, reprimidas y canalizadas en el proceso de producir varones y otras identidades en determinado grupo social. La masculinidad como concepto relacional es definida, como ya mencioné, por las relaciones de poder, concepto que debemos entender para referirnos a una masculinidad hegemónica.[23]

Poder, en efecto, es el término clave a la hora de referirse a masculinidad hegemónica. Como he argumentado detenidamente en otra parte, el rasgo común de las formas dominantes de la masculinidad contemporánea es que se equipara el hecho de ser varón con tener algún tipo de poder.[24]

Un hombre que tiene poco poder social, en la sociedad dominante, cuya masculinidad no es de la variedad hegemónica, que es víctima de una tremenda opresión social, podría también manejar enorme poder en su propio medio y vecindario frente a las mujeres de su misma clase o grupo social, o frente a otros hombres.[25]

Son frecuentes los comentarios autorreferenciales acerca de haber estado en una murga o un club con mayor prestigio, es decir, que participan en competiciones que son televisadas, murgas que compiten en concursos prestigiosos o clubes que juegan la copa del interior,[26] o clubes de la Asociación Uruguaya de Fútbol (auf). En más de una ocasión durante el trabajo de campo escuché decir: “¿Cuántas veces fuiste al teatro de verano[27]?”, o: “Mientras que éste cantaba en el tablado por barrios[28], yo salía por vtv”.[29] De la misma manera, se ponderan los años en el club y el grado de involucramiento con el mismo; acá pude escuchar en más de una ocasión, luego de alguna broma entre integrantes, señalar por algún murguista mayor: “Me parece que te faltan años por estos lados para poder hablar de esa manera”. También tienen su posición de jerarquía aquellos que cantan en la murga, participan de las comisiones del club, juegan en el equipo de fútbol de los veteranos del club y sus hijos juegan en las categorías formativas. Dicen: “El Colón es como una familia”, “se nace y se muere del club”, “al Colón lo hace grande su gente”. Aunque algunas de ellas parezcan frases trilladas o comunes, muestran cómo constantemente se busca reafirmar la pertenencia al club, tanto legitimando sus lugares como estableciendo las relaciones jerárquicas.

La heteronormatividad o heterosexualidad obligatoria supone una performance de género que valida las relaciones sociales y toda una gama de acciones: formas de vestirse, de caminar, de ver, sentir, consumir, cantar, jugar, entre otras. Al respecto puedo señalar algunas características que definen o limitan esta acción performativa del género y que configuran una masculinidad: los consumos de alcohol y los permisos que da la noche. Fue a partir del trabajo de campo realizado en el Club que pude percibir dichos tales como: “¿Te dejaron venir?, es muy tarde para vos”, “deja la película y empieza a tomar cerveza, que después haces cualquier cosa”; los relatos de hazañas en la noche, como manejar en estado de ebriedad, el gasto de dinero y las mujeres que habían “levantado” frecuentan los espacios del club; qué decir a las mujeres, cómo hacerlo y detalles sobre cómo tener relaciones sexuales; preguntar a los más jóvenes del club por sus novias y pedir que les traigan la bebida, son elementos habituales en el club; también señalan cómo debe jugar un jugador de fútbol: no “cagarse”, “plantarse fuerte”, “poner el pie firma” y no dejarse pasar por “arriba”, son comunes y considerados válidos en el contexto del club. Todos esos aspectos son parte determinante para definir la heteronormatividad como parámetro hegemónico esencial de la masculinidad.

El aguante, que algunos autores y algunas autoras definen como un sistema de honra y prestigio,[30] el cual normaliza diversas expresiones, se ha utilizado para indagar en los sentidos de las prácticas violentas de los hinchas, donde “aguantar es pararse siempre, en desventaja, quedarse y poner el pecho”.[31] Aguantar hace referencia a soportar, apoyar, sostener, es decir, “poner el cuerpo”; este aguantar se carga de múltiples significados que dicen y muestran una manera de poner el cuerpo, yendo a la cancha, soportando malestares en los viajes, cagarse a trompadas, demostrando bravura y coraje, exigiendo respeto, hasta matar por los colores.[32] Estas expresiones se definen a partir de la posición del Club en el barrio; muchas veces mi informante principal detalló: “A Colón lo hace su gente. Somos el corazón del barrio, ¿Tú te imaginas qué pasaría si no nos escucharan? ¿Si la murga no saliera, o fuera cualquier cosa? ¿A dónde van a jugar todos esos niños y gurises?[33] Colón es una familia”. Es así que se puede entender que el aguante puede ser definido desde el enfrentamiento físico, la violencia, la agresividad, los golpes y abusos; pero también es posible entenderlo desde la capacidad de soportar los golpes y los daños recibidos. Se refiere a ser funcional a los discursos dominantes, es reconocer una determinada masculinidad como válida.

Los límites de las masculinidades

EN continuidad con el apartado anterior, el significado de la hegemonía implica una negociación sobre una simbología y un conjunto de prácticas acordadas y legitimadas por el grupo y por el resto de los colectivos. Es decir, exige cierta correspondencia y acuerdo entre las alteridades y las instituciones donde ellas operan.[34] En ese sentido, respecto de la masculinidad hegemónica y sus características, puedo afirmar que entre esos sujetos se pretende que las personas masculinas sean varones cisgénero, es decir, personas que nacieron con pene y testículos, que fueron asignadas como varón al nacer y que se autoperciben como tales. Pero además, se espera de ellos que sean heterosexuales, es decir, que orienten su deseos hacia mujeres cisgénero, nacidas con vagina y vulva. A estos varones, desde pequeños, se les enseña a distinguir entre las características que son deseables y aquellas que deben rechazar.

La masculinidad hegemónica se impone como norma y produce socialmente lo que se espera de las identidades masculinas, cómo son sus relaciones y cómo operan otras identidades en cuanto a las hegemonías. Los antecedentes históricos para el estudio contemporáneo de la masculinidad problematizan aspectos relacionados con los varones y su virilidad en términos de “carácter nacional, las divisiones del trabajo, los lazos familiares, de parentesco y de amistad; el cuerpo y las luchas por el poder”.[35] La socialización del género otorga diferentes oportunidades a varones y mujeres, dando mayor valoración a lo masculino y dejando en un lugar de subordinación a lo femenino.

En ese sentido, la masculinidad en singular es un mandato, un conjunto de normas, de prácticas y de discursos, que de ser asumidos de forma más o menos “exitosa”, asignan a los varones (cisgénero y heterosexuales, sobre todo) una posición social privilegiada respecto de otras identidades de género. Las masculinidades más privilegiadas son las que más se acercan a los mandatos sociales, y las llamamos “normativas”. A las que más se alejan de las normas las llamamos “subordinadas”. Existen mandatos sociales sobre lo que es o no es la masculinidad que constituyen privilegios, costos y definen las relaciones de poder.

La observación participante comprende dos acciones primordiales: observar y participar, lo cual provoca una tensión al realizar estas dos actividades de manera simultánea; es decir, en el hecho, el investigador participa de un espacio donde comparte con la gente del lugar las actividades y observa conductas, acciones relaciones, etcétera.

La observación participante consiste en dos actividades principales: observar sistemática y controladamente todo lo que acontece en torno del investigador, y participar en una o varias actividades de la población. Hablamos de “participar” en el sentido de “desempeñarse como lo hacen los nativos”; de aprender a realizar ciertas actividades y a comportarse como uno más. La “participación” pone el énfasis en la experiencia vivida por el investigador apuntando su objetivo a “estar adentro” de la sociedad estudiada. En el polo contrario, la observación ubicaría al investigador fuera de la sociedad, para realizar su descripción con un registro detallado de cuanto ve y escucha.[36]

Se define como la participación del investigador en el campo de estudio, aprender el idioma, las dinámicas en las organizaciones sociales, aspectos culturales, prácticas y representaciones.[37] Esto supone una posición frente a los sujetos, una identidad a definir en el contexto que suponga el coste político de estudiar varones siendo varón. Lo que requiere prestar mucha atención a la forma en que soy entendido y definido por los sujetos. En el trabajo de campo es fundamental la interacción con los demás y el grado de participación en sus posiciones. Es así que, desde la posición mencionada, puedo problematizar o atender las cuestiones relacionadas con mi identidad/es: la del investigador y las cuestiones de las relaciones de género en el campo.[38]

La llamada antropología “en casa” introduce al investigador en el problema de la continuidad cultural entre lo que él mismo produce y lo que producen sus “objetos de estudio”.[39] En este punto me voy a detener para intentar argumentar los límites de las masculinidades, cómo operan las características relacionadas con el poder ya mencionadas, y cómo se articula ello con mi posición dentro del campo —hombre, cis-heterosexual que habita estos espacios con un rol protagónico, me animo a decir—. Lo primero a considerar al entrar al campo es un potente ejercicio de extrañamiento, al ser “al mismo tiempo, aproximación y distanciamiento. Es como estar delante de un sistema de signos —vivirlo relacionándose primeramente con sus significantes pero sin comprender del todo sus significados—”.[40]

En primer lugar, mi posición como etnógrafo. Los nativos me preguntan qué estoy haciendo ahí, si es mi trabajo y en cierta medida me otorgan posibilidades que no todos los que asisten tienen: comidas, viajes, ensayos, diálogos, entre otras. De todas maneras, sienten la necesidad de obtener pruebas de confiabilidad, de confianza y de acceso a sus espacios; “los nativos permanentemente imponen pruebas de confiabilidad al investigador, como demostrar pasión por lo que hace”.[41] En este punto, viví situaciones en donde los nativos constantemente me demostraban profesionalización en su desempeño en el club, el desempeño mismo del club, y el saludo, respeto y cercanía de los varones que estaban en una posición de mayor privilegio.

La noción de clase supone cómo una práctica asociada a la posición de clase (en este contexto, clase obrera) estimula y opera fuertemente en la estructuración de un territorio determinado.[42] La noción de clase, en este sentido, opera en función del significado que se les da a las distintas prácticas. En estos espacios, donde está en juego gran parte de la vida de las/os sujetas/os, según Bourdieu, existe una distribución de las prácticas, donde:

Sería necesario tomar en cuenta la representación que, en función de los esquemas de percepción y de apreciación que les son propios, las diferentes clases se hacen de los costes (económico, cultural y “físico”) y de los beneficios asociados a los distintos deportes, beneficios “físicos” inmediatos o diferidos (salud, belleza, fuerza —visible, con el culturismo, o invisible, con el higienismo—, etc.), beneficios económicos y sociales (promoción social, etc.), beneficios simbólicos, inmediatos o diferidos, ligados al valor distributivo o posicional de cada uno de los deportes considerados (es decir, todo lo que concurre en cada uno de ellos por el hecho de que sea más o menos raro y esté más o menos claramente asociado a una clase...), beneficios de distinción procurados por los efectos ejercidos sobre el propio cuerpo (p. ej. esbeltez. bronceado, musculatura más o menos aparente, etc.) o por el acceso a grupos altamente selectivos.[43]

Aunque la cita señala específicamente al deporte como campo de prácticas y lo asocia con la clase social, puedo señalar esta distinción también respecto de los clubes deportivos, y específicamente en torno a las prácticas del fútbol y la murga, situación que estructura una posición e identidad hagemónica, pero habilita por un lado, cierta profesionalización de las prácticas, y por otro, me habilita espacios de distinción, porque los nativos me suponen con cierta posición y prácticas de clase en función de mi labor como investigador. Por ello, creo oportuno señalar algunos aspectos sobre la habilitación de la profesionalización de las prácticas y desarrollar algunas de sus representaciones.

En el comienzo de mi trabajo de campo me señalaban constantemente el valor de la familia, el coste simbólico que merecía ser integrante del club y el valor simbólico de asistir a sus espacios. “El club es mi familia”, y definitivamente el club —en los ensayos, partidos, entrenamientos, actividades— es el espacio que comparten las familias integrantes del club y forman la familia que lo representa. “Acá nadie cobra”, “cantar o jugar por el Colón es un privilegio, todos lo hacemos por amor a la camiseta”, “mi padre me trajo y desde ahí hago todo acá, ahora mi familia asiste al club, me acompaña como yo acompañaba a mi padre”. De esta manera, las familias componen al club, y en ese espacio existen relaciones de poder generacionalizadas que asignan las posiciones de jerarquía en estos espacios. Constantes invitaciones a comidas, festejos y viajes hacían de acciones para la confiabilidad de los investigados.

Avanzado el trabajo de campo, comienzo a recibir otro tipo de información en relación con la profesionalización del club. A medida que los investigados fueron conociéndome más comencé a ganarme su confianza, a propósito de lo cual puedo señalar dos situaciones que me servirán para describirlo: la primera fue que mi informante más confiable comenzó a señalarme que algunos integrantes de la murga y del equipo de fútbol cobraban un sueldo porque por un lado “levantaban” el nivel y, por otro, necesitaban que el beneficiado dedicase el mayor tiempo posible a ello. Al principio puedo suponer que se le asignaban valores negativos a obtener alguna retribución económica por la labor en el club,[44] pero luego puedo afirmar el “culto del ‘rendimiento’ en las esferas productivas, sociales y económicas, al encarnar las virtudes masculinas y productivistas dominantes”.[45]

La distinción entre lo amateur y lo profesional era un recurso para excluir simbólicamente a quienes eran remunerados, aunque encubriese y solape las diferencias, no sólo del tiempo libre disponible entre las clases, sino el significado y el sentido de ese tiempo libre para las clases.[46]

Entonces, estas distinciones individuales que se daban por: cierta especialización (directores, letristas, maquilladores, en los trajes, los técnicos, los profes), por haber cantado en una murga o por haber jugado en un club profesional, propiciaban distinciones en lo colectivo y, por ende, reconocimiento como club.

La otra situación presente fue la de algunos integrantes que cobraban por su labor, pero no gozaban de un lugar de total privilegio —no es del barrio, por la juventud, por no ser del coro de la murga o el poco tiempo en el club—; en su caso, ellos necesitaban reafirmarme porque cobraban por lo que hacían. En ese contexto, tuve algunos diálogos, en distintos momentos, con uno de los integrantes de la batería de la murga, él me comentaba lo que cobraba, por qué, qué posición tenía en la batería y en la murga, entre otras. En principio con cierta desconfianza, buscando aceptación y confiabilidad, y luego con mayor confianza y cercanía.

Esta continuidad cultural hace que muchos sujetos se consideren expertos a sí mismos y condenen cualquier pretensión ajena de hablar sobre ellos cuando no se reproducen los discursos de sentido común que se utilizan para explicar las acciones propias. Casi todos los actores del campo futbolístico disponen de teorías nativas.[47]

Los investigados hacen una distinción entre una virtud asociada a la fuerza o el rendimiento y otra vinculada a la razón, que además opera dependiendo el contexto de enunciación y de la posición en la estructura social.[48] Es decir, existen estratificaciones relacionadas con las localizaciones jerárquicas diferenciales de individuos y agrupaciones de personas en el entramado de poder de la sociedad, mediante múltiples variables como la afiliación al club, el recorrido o trayectoria profesional y, en mi caso, la virtud vinculada a la razón.

En este camino, descubrir esas relaciones está en gran determinado por la reflexividad del investigador; es decir: (re)construiremos los escenarios a partir del conocimiento teórico, estando ahí, siendo interpelado con construcciones culturales en una relación de distancia y cercanía y una posterior escritura e interpretación de la misma.[49] Los condicionamientos sociales y políticos, género, edad, pertenencia étnica, clase social y afiliación política[50] son parte del proceso del investigador en el transitar por las distintas etapas de la investigación. Luego, los nativos consideran pertinente que se efectúen pruebas de confiabilidad respecto de mi sexualidad; podemos definir ello como las demostraciones sobre mi masculinidad. En este caso el género y su performatividad funciona como eje que ordena la vida social e involucra los principios y características primarias de las relaciones de poder.[51] Frente a esta posición, puedo entender las situaciones en las cuales los sujetos tenían intención de afirmar mi masculinidad señalando acceso y además cierto grado de involucramiento con el club. Puedo citar a Gil en su trabajo sobre los “trucos de oficio” al señalar:

El grado de involucramiento de los actores en estas prácticas implica la incorporación de una serie de valores y postulados filosóficos sobre la vida, que suelen remitir a fuertes opciones morales y estéticas en su racionalidad. Estos ejes también involucran los patrones de uso del cuerpo, dentro y fuera de las performances más o menos ritualizadas que envuelven preceptos éticos (tales como esfuerzo, voluntad, armonía) y estéticos (como liviandad o belleza) que suponen asimismo toda una concepción de la salud y/o bienestar.[52]

Me animo a señalar que esos patrones de uso del cuerpo, en conjunto con los preceptos éticos y estéticos sobre la masculinidad, implican definitivamente suponerlo como preestablecidos en cada contexto social, cultural e histórico.[53] El modelo hegemónico de masculinidad se relaciona con “los ideales de virilidad”,[54] que conllevan determinados preceptos éticos y estéticos a propósito de ser hombre en el club a través de acciones que responden a ciertos mandatos, privilegios y libertades.

El habitar el club, que el espacio (sede del club) responda a cierta estructura, así como las relaciones que surgen a lo largo del tiempo, conforman una imagen con cierta objetividad, una masculinidad hegemónica: tomar alcohol, cantar fuerte, bromear, exhibirse, mostrar sus logros, ser reconocidos; las prácticas sostienen una estructura donde el género masculino se caracteriza mediante la exhibición de la virilidad, del rendimiento corporal, de imposición, entre otras.[55] En definitiva, el ideal masculino implica un proyecto estético[56] donde la materialización de lo masculino hegemónico se asocia con una identidad con determinadas características, en donde los varones necesitan reafirmar sus virtudes. En esos espacios se puede observar una espectacularización de esta materialización, una relación de propiedad con lo femenino, la conquista y los excesos. Al pensar las identidades en ese escenario permite ingresar al terreno de las moralidades al relacionarse con el estudio de los deseos, las emociones, la imaginación, la razón y las fronteras permitidas y rechazadas.[57] De igual manera, permite pensar y comprender las variaciones y contradicciones del campo de la moralidad, analizar los vínculos y relaciones sociales, la comprensión de los lugares de los actores en estas actividades e indagar así los aspectos discursivos dominantes y los marginales.

El proyecto estético del club se funda a partir de la sexualidad hetero-cis-normativa, y con ello se ve la necesidad de los nativos por confirmar esta condición. Es así que pasé por dos situaciones en el trabajo de campo que se pueden describir a partir del ejercicio de mi masculinidad: en la primera instancia, asistí al ensayo de la murga con mi ahijada, que tiene 18 años; y cuando ella fue al baño uno de los nativos me preguntó si era mi pareja. El otro momento sucedió cuando el director de la murga me pidió hablar; entonces me comentó que a su compañera de la murga yo le parecía atractivo y quería pasarme su número de celular para que hablase con ella, luego de lo cual se sucedieron bromas hacia ella como: “Cantá bien que te vino a ver”, o: “mirá quién te vino a ver, no te pongas nerviosa”, entre otras anotaciones. Este aspecto no es más que una característica más que desarrolla las relaciones de poder que se dan en estos espacios:

La sexualidad entra al terreno político cuando se emancipa de la biología y la psiquiatría, en una palabra, cuando se desencializa. Entonces sí, cabalmente puede verse a lo largo de la historia así como en la construcción de las teorías, la articulación entre el control de la sexualidad y la dominación masculina.[58]

Las prácticas abarcan relaciones sociales y simbólicas, involucrando a las instituciones en la conformación de las objetividades. A través de diversos aspectos se constituye un mundo social que define la masculinidad dentro de una estructura amplia de definición de roles sexuales, sociales y de parentesco.

Consideraciones finales

Primero, creo oportuno señalar la distinción de hacer etnografía y más concretamente de hacer etnografía en “casa”. Cómo acto político, supone un compromiso corporal intenso, porque implica someterse a una continua vigilancia de las reflexividades del investigador, desde su habitar cotidiano y su compromiso cultural; del investigador como científico, con su perspectiva teórica, al aplicar el método, recabar datos, escribir; y de las reflexividades del campo de estudio. Los estudios etnográficos se basan en la diversidad de las relaciones humanas, que justamente exceden el proceso de significación de las relaciones y de las técnicas empleadas para valorarlas.[59] La etnografía implica una presencia constante del investigador, remite a atender las exigencias de tipo estructural que se desprenden de su quehacer, y de esa manera comprende la puesta en relación de las distintas voces y prácticas que construyen la sociabilidad en el espacio de estudio. La etnografía comprende un compromiso corporal en el campo y de la misma manera atiende las intersecciones propias y las del campo, por ello se hace oportuno señalar la reflexividad en este proceso. Es decir, no se trata únicamente de explicitar cuestiones del género o de la clase social del investigador y de los sujetos, sino comprender qué modalidades e implicancias adoptan las intersecciones en esta situación específica.[60] Dicho de otra manera, el trabajo de campo etnográfico implica una negociación constante en las intersecciones, desde la reflexividad, entre el investigador, los sujetos de investigación y los parámetros socioculturalmente reconocidos.

Luego, es interesante comprender el campo de estudio de la Educación Física y, concretamente, la tradición de los estudios del deporte en Uruguay, donde se tiende a favorecer prácticas consideradas esenciales, con cierta trayectoria y consolidadas en nuestras instituciones científicas.[61] Es importante reconocer que “diferente es lo que ocurre cuando la innovación atenta contra las prácticas ‘correctas’ que legitiman objetos, enfoques y ciertas prácticas científicas protegidas, aquellos lugares comunes de la investigación que estimulan la comodidad y las zonas de confort”;[62] ello nos permite habilitar o reconocer los estudios sociales y culturales sobre el deporte cómo campo de estudios y ahondarnos en su desarrollo académico. Este aspecto faculta la ampliación de las posibilidades del estudio del deporte en Uruguay, entenderlo desde otras perspectivas, conocer sus lógicas, sus prácticas, historias, repercusiones y, sobre todo, problematizarlas.

Cuando varones estudiamos varones, tomamos conciencia de un “yo masculino” que puede verse amenazado en el proceso de la investigación,[63] debido a que existe una sensibilización respecto del consenso cultural, la centralidad discursiva, la institucionalización y la marginación o deslegitimación de alternativas de las masculinidades socialmente dominantes. Kaufman, en ese sentido, nos invita a ser críticos severos de tales acciones y creencias particulares de los habitus dominantes de la masculinidad.[64] De manera que, al considerar la reflexividad del investigador y del campo, puedo sostener que en el negociar constante de las intersecciones en el estudio de las masculinidades y este repensar el ser varón mediante una práctica de dar sentido simbólica y narrativamente a las relaciones existentes los investigadores realizamos un primer ejercicio de repensar nuestras masculinidades. Debido a que determinadas situaciones que anteriormente no nos interpelaban por distintos motivos —las lecturas, el ingreso al campo, las relaciones que se generan, cómo se generan y lo que ocasionan—. nos ayuda a problematizar en primera instancia nuestros procesos de formación corporal. Es decir, nos permite comprender un ser varón dentro de determinados parámetros socioculturalmente establecidos, que de la misma manera que visibiliza las relaciones y dinámicas existentes, visibiliza cómo el ser varón genera permisos, posibilidades y accesos a información en estos contextos particulares. Problematizar las relaciones de género nos da la posibilidad de entender su acción política en las construcciones corporales e identitarias, y entenderlo dentro de una compleja interconexión con las otras intersecciones.[65] Más allá de reproducir discursos dominantes y entrar en el riesgo de la objetivización, nos permite problematizar las relaciones de poder existentes, comprender las limitaciones más problemáticas de la disciplina: homogeneidad, coherencia y atemporalidad[66] y pensar nuevas acciones y relaciones que faculten otras formas de ser varón.


[1] E. Archetti, Masculinidades: fútbol, tango y polo en Argentina, 2a. ed. (Buenos Aires: Antropofagia, 2003).
[2] R. Cardoso de Oliveira, O trabalho do antropólogo (Brasilia: Paralelo 15, 1998).
[3] R. W. Connell, Masculinities: Knowledge, power and social change (Berkeley/Los Ángeles: University of California Press, 1995).
[4] J. Butler, El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad (Buenos Aires: Paidós, 2007).
[5] Connell, Masculinities...
[6] Gayle Rubin, “El tráfico de mujeres: notas sobre la ‘economía política del sexo’”, Nueva Antropología, vol. 30 (1986); 95-145.
[7] La autora realiza un recorrido histórico y teórico a propósito de las características y condiciones de esos intercambios, que no es la intención desarrollar en este trabajo.
[8] Rubin, “El tráfico...”, 113.
[9] Siguiendo a Garton (2019), en los espacios futbolísticos podemos hablar no sólo de suponer la hetero-cis-normatividad de los varones sino también la homo-cis-sexualidad para las mujeres. G. Garton, “Guerreras: fútbol, mujeres y poder”, Capital Intelectual, núm. 1 (2019).
[10] A. Fausto-Sterling, Cuerpos sexuados. La política de género y la construcción de la sexualidad (Barcelona: Madrazo, 2005).
[11] B. Avtar, “Pensando en y a través de la interseccionalidad”, en La interseccionalidad en debate (Berlín: Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Freie Universität, 2012), 14-21, 18.
[12] R. Guber, La etnografía. Método, campo y reflexividad (Bogotá: Norma, 2001), 5.
[13] Guber, La etnografía...
[14] A. Navarro Smith, “Conflicto y distancia. Notas críticas de lecturas y trabajos de campo antropológico”, Latin American Research Review, vol. 47, núm. 3 (2012).
[15] G. Gil, “Correr, sufrir, disfrutar. El cuerpo como instrumento de investigación”, Educación Física y Ciencia, vol. 22, núm. 3 (2020): 139, acceso el 19 de abril de 2022: https://doi.org/10.24215/23142561e139.
[16] Le Breton (1995: 124), citado por Gil, “Correr...”.
[17] Gil, “Correr...”.
[18] Connell, Masculinities...
[19] J. Olavarria y T. Valdés, eds., Masculinidades. Poder y crisis (Santiago, Flacso-Chile, 1997).
[20] Rosana Guber, El salvaje metropolitano (Barcelona Paidós, 2000).
[21] J. Branz, “Masculinidades y ciencias sociales: una relación (todavía) distante”, Descentrada, vol. 1, núm. 1 (2017): 6, acceso el 19 de abril de 2022: https://www.descentrada.fahce.unlp.edu.ar/article/view/dese006.
[22] R. Guber, “‘Volando rasantes’... etnográficamente hablando. Cuando la reflexividad de los sujetos sociales irrumpe en la reflexividad metodológica y narrativa del investigador”, en ¿Condenados a la reflexividad? Apuntes para repensar el proceso de investigación social, oord. por Juan Ignacio Piovani y Leticia Muñiz Terra (Buenos Aires: Clacso, 2018), 52-73.
[23] M. Kaufman, “Los hombres, el feminismo y las experiencias contradictorias del poder entre los hombres”, Theorizing Masculinities, vol. 1, núm. 1: 142-165.
[24] Kaufman, “Los hombres...”, 5.
[25] Kaufman, “Los hombres...”, 8.
[26] Ésta es la competición de clubes de ofi de mayor importancia. Concentra a los campeones de todos los departamentos (se juega según una organización muy similar a la Copa Libertadores).
[27] El Teatro de Montevideo donde se realiza el concurso oficial capitalino. Organizado por Directores Asociados de Espectáculos Carnavalescos Populares del Uruguay (daecpu) y la Intendencia de Montevideo.
[28] Tablados municipales de la intendencia de Maldonado. Es un escenario portátil que permanece tres días por todo febrero, en distintos balnearios del departamento.
[29] Canal uruguayo de televisión por suscripción que cuenta con los derechos exclusivos de televisación del carnaval de daecpu y del fútbol de la auf.
[30] P. Alabarces, Crónicas del aguante: fútbol, violencia y política (Buenos Aires: Capital, 2004); José Antonio Garriga Zucal, “Lomo de macho. Cuerpo, masculinidad y violencia de un grupo de simpatizantes del fútbol”, Cuadernos de Antropología Social, núm. 22 (2005): 201-216; V. Moreira, “Etnografía sobre el honor y la violencia de una hinchada de fútbol en Argentina”, Revista Austral de Ciencias Sociales, vol. 13, núm. 1 (2007): 5-19.
[31] P. Alabarces, J. Garriga y V. Moreira, “La cultura como campo de batalla. Fútbol y violencia en la Argentina” Estudios de Comunicación, Política y Cultura, vol. 29, núm. 1 (2012): 2-20, 119.
[32] Alabarces, Garriga y Moreira, “La cultura...”.
[33] Lunfardo para jóvenes o adolescentes.
[34] J. Branz, “Deporte y masculinidades entre sectores dominantes de la ciudad de La Plata. Estudio sobre identidades, género y clase” (tesis de doctorado, Universidad Nacional de La Plata-Facultad de Periodismo y Comunicación Social, Buenos Aires, 2015).
[35] M. Gutmann, “Traficando con hombres: la antropología de la masculinidad”, Revista de Estudios de Género. La Ventana, vol. 8, núm. 1 (1998): 47-99.
[36] Guber, La etnografía..., 22.
[37] Navarro Smith, “Conflicto y distancia...”.
[38] B. Pini y B. Pease, Men, masculinities and methodologies (Houndmills, Basingstoke: Palgrave Macmillan, 2013), 53.
[39] G. Gil, “Controles etnográficos y expertos en el campo: Cuando los ‘nativos’ nos leen”, Cuadernos del Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano, vol. 20, núm. 1 (2005): 138.
[40] G. Lins Ribeiro, “Descotidianizar. Extrañamiento y conciencia práctica. Un ensayo sobre la perspectiva antropológica”, en Constructores de otredad. Una introducción a la Antropología Social y Cultural, Mauricio Boivin, Ana Rosato y Victoria Arribas (Buenos Aires: Eudeba.1999), 195.
[41] Gil, “Controles etnográficos...”, 144.
[42] Branz, “Deporte y masculinidades...”.
[43] P. Bourdieu, La distinción. Criterios y bases sociales del gusto. 2a. ed. (Madrid: Taurus, 1998 [1979]), 17-18.
[44] Branz, “Deporte y masculinidades...”.
[45] Branz, “Deporte y masculinidades...”, 112.
[46] Branz, “Deporte y masculinidades...”, 110.
[47] Gil, “Controles etnográficos...”,138.
[48] Branz, “Deporte y masculinidades...”.
[49] Guber, “‘Volando rasantes’...”.
[50] Guber, La etnografía...
[51] S. Rostagnol, “Entre la reproducción y el erotismo, recorridos de la sexualidad desde el eminismo”, en Trashumancias. Búsquedas teóricas feministas sobre cuerpo y sexualidad (Montevideo: csic / Universidad de la República [Biblioteca Plural], 2018), 74-90.
[52] G. Gil, “De las imposturas a los ‘trucos de oficio’. Reflexiones ‘metodológicas’ desde la antropología social (argentina)”, impiria. Revista de Metodología de Ciencias Sociales, vol. 40, núm. 1 (2018): 107-128, 110
[53] Rostagnol, “Entre la reproducción...”.
[54] Gutmann, “Traficando con hombres...”.
[55] Connell, Masculinities...
[56] G. Gil, “Corredores y consumidores. Identidad y estética en el running en la Argentina contemporánea”, Revista Cultura y Representaciones Sociales, vol. 27, núm. 1 (2019): 411-439, acceso el 20 de abril de 2022: http://www.culturayrs.unam.mx/index.php/CRS/article/view/642.
[57] Archetti, Masculinidades: fútbol...
[58] Rostagnol, “Entre la reproducción...”, 89.
[59] R. Guber, Prácticas etnográficas. Ejercicios de reflexividad de antropólogos de campo (Buenos Aires: Miño y Dávila Editores, 2014).
[60] Guber, Prácticas etnográficas...
[61] Gil, “De las imposturas...”.
[62] Gil, “De las imposturas...”, 125.
[63] Pini y Pease, Men, Masculinities...
[64] Kaufman, Los hombres...
[65] L. Abu-Lughod, “Escribir contra la cultura”, Andamios. Revista de Investigación Social, vol. 9, núm.1 9 (2012): 129-157:133
[66] Abu-Lughod, “Escribir contra...”.

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