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La disputa por el agua: una aproximación a la defensa de los saberes y bienes comunes en contextos de despojo
The dispute for water: An approach to the defense of knowledge and common goods in contexts of dispossession

Eliana Acosta Márquez
elianaacostamarquez@gmail.com
Dirección de Etnología y Antropología Social, INAH

Resumen: El texto ilustra la disputa por el agua entendida como recurso material, simbólico y político, en la comunidad nahua de Atla, ubicada en la sierra Norte de Puebla. Desde la perspectiva de la antropología simbólica, Acosta muestra la divergencia entre racionalidades y lenguajes de valoración distintos sobre el “agua”: por un lado, es personificada en Atlanchane o la Sirena, reconocida como una entidad dadora de vida, y cuya adecuada veneración y celebración garantiza la reproducción social de la comunidad. Por otra parte, expone su “cosificación”, evidente en la ambición del manejo instrumental de las fuentes y de los manantiales por parte de los grupos partidistas que controlan el poder político local. El énfasis en el valor simbólico del agua adquiere relevancia en un contexto marcado por un ingente número de megaproyectos y planes de intervención territorial. En tal sentido, el aporte del conocimiento producido en la práctica etnográfica y antropológico se hace evidente como herramienta argumentativa en contra de los procesos extractivos.
     
Palabras clave: nahuas de Pahuatlán; agua; Atlanchane; disputa; bienes comunes.

Abstract: The text illustrates the dispute surrounding water as a material, symbolic and political resource for the Nahua community of Atla, in the Sierra Norte de Puebla. From the perspective of symbolic anthropology, Acosta shows the divergence between rationalities and different valuation languages ​​about “water.” On the one hand it is personified as Atlanchane or la Sirena (the Mermaid), recognized as a life-giving entity, and whose proper veneration and celebration guarantees the social reproduction of the community. On the other hand, its “reification” is evident in the ambition of the instrumental management of sources and springs by partisan groups that control local political power. The emphasis on the symbolic value of water takes on relevance in a context marked by a huge number of megaprojects and territorial intervention plans. In this sense, the contribution of knowledge produced by ethnographic and anthropological practice becomes evident as an argumentative tool against extractive processes.
     
Keywords: Nahuas of Pahuatlan; water; Atlanchane; dispute; common property.

Fecha de recepción: 17 de septiembre de 2018
Fecha de aceptación: 31 de enero de 2019

 

La finalidad de este artículo es mostrar la perspectiva de los nahuas de Atla —localidad del municipio de Pahuatlán,[1] Puebla—, respecto del agua a través de la oralidad y el ritual; el estudio se enfoca en una entidad extrahumana denominada en náhuatl Atlanchane, que se identifica con la Sirena. Además, se describe la disputa que han suscitado en las últimas décadas tanto el uso como la representación del agua en un contexto de despojo de saberes y bienes comunes.

Por despojo considero un proceso de desposesión, sustracción y enajenamiento de recursos que se encuentran en el territorio de los pueblos originarios; en el caso particular de la región que nos ocupa, esa expoliación tiene una larga historia, pero en la actualidad ha adquirido un contexto específico a partir de la extracción impulsada por los megaproyectos en sus múltiples modalidades, como son la minería a cielo abierto, los pozos petroleros, las centrales hidroeléctricas, los gasoductos, la explotación por fractura hidráulica (fracking) y otros procesos asociados. En el presente, las comunidades indígenas de la Sierra Norte de Puebla enfrentan esos embates y, desde la perspectiva antropológica, tales están reconfigurado incluso el campo de conocimiento y registro etnográfico, dada la amenaza que representan para su vida y territorio.


Figura 1. Vista de la sierra desde la comunidad de Atla. Fotografía: Eliana Acosta.

Para comprender este proceso centrado en la disputa por el agua es imprescindible no sólo entender el contexto político, sino también la perspectiva de los nahuas de Pahuatlán en relación con aquello que, desde cierto punto de vista, es objeto de posesión y enajenamiento, es concebido y vivido como una entidad viva con agencia y voluntad. Un problema a dilucidar es que tanto el contexto político como la perspectiva nahua no son necesariamente una ajena y otra propia, sino que se viven en el interior y son parte de una dimensión interna del despojo, como lo advierte Giovanna Gasparello,[2] de carácter local, que se suma a otras dimensiones nacionales y globales. Considérese este artículo como una tentativa de entrever tales contradicciones.

El agua y su identificación con Atlanchane

Para tratar el tema del agua en el contexto de la Sierra Norte de Puebla, y desde la percepción de los nahuas de Pahuatlán, es preciso considerar tanto los manantiales como la figura de Atlanchane, nombrada también la Sirena. En efecto, para los serranos, el agua de los manantiales, si bien se halla en el plano terrestre, se prolonga hacia el interior de la tierra. Estas fuentes de agua, que proveen el líquido vital a la comunidad y se encuentran en el interior del pueblo, son parte de un cuerpo mayor, de tal manera que existe la concepción de que lo que se vislumbra en la superficie sólo es una parte del agua subterránea que se prolonga hasta el mar, razón por la cual se dice que la casa y el origen de la Sirena es el mar. Atlanchane va y viene del mar a la sierra, es decir, de tlatsintla a tlakpak (de “abajo arriba”), por lo que en tiempos de secas se asume que la Sirena todavía no ha llegado a la comunidad.

Aun cuando se presupone que Atlanchane es una mujer de larga cabellera y con cola de pescado, no tiene una sola forma; es posible que del manantial aparezca repentinamente una muñequita que se convierte en mujer o, cuando llueve, se revele de la misma manera en el camino; no obstante, puede presentarse como arcoíris, en particular bajo la figura de un “ojo de toro”, o bien, al formarse remolinos en el agua y al tornarse el manantial “cimarrón”, es decir, con espuma y de color azul verdoso.

La fiesta principal en honor a este personaje coincide con la celebración de la Santa Cruz, el 3 de mayo, día en que se lleva a cabo la costumbre en torno de la Sirena, como explica a continuación Clemente Tlakuepia, quien además la describe:

Empezó la costumbre del 3 de mayo, vamos a festejar, entonces cuando empezamos a hacer la costumbre, durante estos meses, febrero, marzo, abril y mayo, los antepasados preguntaban cómo le vamos hacer, no tenemos agua [...] entonces empezaron a llamar a la Sirena, entonces en ese momento todos los años el 3 de mayo tenemos qué hacer. No hay otro día, no hay otro, llevamos la costumbre de los anteriores; por esa razón sabemos que todos los días de marzo, abril y mayo no tenemos agua y nada [ni] siquiera una lloviznita; entonces los antepasados escogieron el 3 de mayo y empieza a llover en ese momento, [entonces] es cuando empieza a llover. Como en estos días [que] han pasado, no ha llovido para nada, hemos estado escasos de agua, entonces como ahorita estamos en este costumbre y el agua empieza a relampaguear, por esa razón la costumbre, creemos más, por esa razón no podemos dejar esta costumbre porque la Sirena es como una persona, está debajo del agua, del mar [...] estamos aquí, hay muchas cosas donde podemos llegar y muchas cosas donde no podemos llegar, porque hay animales y si entramos abajo del agua, por lo mismo, hay cuevas, cerros, animales [...] pero no llega cualquier persona. Entonces existe la Sirena, dicen que la Sirena es una señorita, tiene su cola de pescado, entonces cuando empieza a mover su colita, empiezan a salir relámpagos por diferentes partes para que empiece a llover, como se dice, ella misma manda el agua, la Sirena (entrevista a Clemente Tlakuepia, Atla, 3 de mayo de 2011).


Figura 2. Manantial de Atla durante la fiesta de la Santa Cruz. Fotografía: Eliana Acosta.

Como puede constatarse en el testimonio, no sólo se le atribuye a la Sirena el agua de los manantiales, sino también la caída de la lluvia, la cual se desencadena por los relámpagos que provoca con el movimiento de su cola. Dado que el día de la Santa Cruz ocurre en el mes de mayo, un mes que se distingue por la intensidad de la estación de secas y la escasez de agua, la celebración está orientada justamente a los manantiales y la petición de lluvia. El agua, desde la perspectiva de los nahuas de Pahuatlán, tiene un valor práctico en cuanto a la obtención de un medio fundamental para la subsistencia material de la comunidad, pero posee también un valor simbólico, porque este recurso se vincula con el don de una entidad que se le atribuye incluso el carácter de persona, como lo apunta el mismo Clemente.

Aseguran los nahuas que si no se celebra su fiesta pueden sobrevenir tres consecuencias fatales. Primero, que se prolongue el periodo de secas y ya no sea posible sembrar en el tiempo preciso, con la consiguiente escasez de alimentos; en realidad, ya no llueve del mismo modo en razón de que, si bien se lleva a cabo su fiesta, ya no es como antes porque no se realiza el tlachiwake (el costumbre), como los antiguos.[3] La segunda consecuencia es un exceso de agua, lo cual también provoca que la siembra no prospere porque no permite que el calor deje crecer a la semilla; en ese sentido, los nahuas tienen memoria de varias tormentas, conocidas localmente como diluvios, las cuales además de imposibilitar la obtención de alimentos amenazan con el fin del mundo. Por último, Atlanchane tiene un gusto particular por los recién nacidos, especialmente, y si no se hace su fiesta y no se la celebra como ella desea, se cobra por su propia cuenta arrebatando la vida de las criaturas.[4] Eso explica que durante la fiesta sea una partera la que dirija la actividad ritual y que uno de los componentes de su regalo sea un pan con pedazos de chocolate con la forma de una carita. Ese pan es la sustitución de los niños y, junto con los otros componentes que se envuelven con papel de china, son la comida que los nahuas le ofrecen para tenerla contenta, ya que, si bien la Sirena es dadora, se distingue por ser especialmente caprichosa.

Una doble tensión de la disputa

Esta valoración y práctica ritual presentes entre los nahuas no son las únicas; conforman una diversidad —que conlleva contradicciones— que los nahuas sostienen en el interior y que han derivado en una querella por el uso y representación del agua en relación con las diferencias de edad, partido político y tendencia religiosa de preferencia. Es posible constatar la presencia de múltiples voces y puntos de vista, una heteroglosia, según el enfoque de M. Bajtín,[5] que propicia no sólo distintas posiciones, sino también el diálogo y la disputa.

La Fiesta de los Manantiales deja ver, por un lado, las transformaciones y las adaptaciones que se han hecho de una visión del mundo y una religiosidad anclada en los dueños y aires, a partir de la progresiva presencia del dogma católico instrumentalizado por un “programa de evangelización” impulsadodesde la década de 1970; y, por el otro, la introducción del sistema de partidos, sobre todo desde el decenio de 1990 y, en especial, la disputa entre el Partido Revolucionario Institucional (PRI) y el Partido de la Revolución Democrática (PRD), que entre los nahuas de Pahuatlán, y en particular en la comunidad de Atla, se ha expresado en la discordia por el uso de los manantiales.

En Atla se suscita una confrontación tanto por el uso como por la representación del agua; hay dos aspectos fundamentales que son el trasfondo de aquélla: el “programa de evangelización” y la introducción del sistema de partidos. En el primer caso, debe decirse que, a partir de la década de 1970, desde la diócesis de Tulancingo y la parroquia de Pahuatlán se orquestó un plan nombrado “programa de evangelización”, encaminado a cristianizar a pueblos de la región, entre ellos los nahuas de Pahuatlán. Con base en ese programa los sacerdotes han buscado que los nahuas, en lugar de identificar a los aires o los dueños como los artífices de su mundo, consideren como ejes rectores a Dios, Jesucristo o la Virgen María. Se ha pretendido que los nahuas dejen de identificar a la Sirena con los dones de los manantiales y, en cambio, representen a Dios como el agente y creador del agua. De esta manera, a través de los sacerdotes y los catequistas, se difunde la idea de que no es necesario “darle sus regalos a Atlanchane”. Esta perspectiva fue frenada por la presencia de un sacerdote de origen nahua, quien abogaba por una “evangelización inculturada” que, en lugar de prohibir, considerara la lengua, las costumbres y la organización ceremonial como una forma de acercar la palabra de Cristo; pero después de que removieron a ese sacerdote continuó la tendencia anterior.

Entre la polaridad que la Iglesia y los catequistas han propiciado, sobre todo al negar la identificación del agua con Atlanchane, los nahuas en lugar de restar han sumado facetas a su vida ritual en general, de tal manera que a la vez que participan de la misa católica el 3 de mayo, también lo hacen del tlachiwake o costumbre en los manantiales.


Figura 3. Padrinos de Cruz rumbo al manantial (fotografía: Eliana Acosta).

Si el “programa de evangelización” ha sido un factor determinante en la vida de los nahuas de Pahuatlán, al grado de distinguir dentro de la comunidad a los “evangelizados” de los “no evangelizados”, lo ha sido también la introducción del sistema de partidos. Si bien la elección de autoridades civiles y la presencia del PRI son anteriores al decenio de 1990, desde esta década es significativa la contienda entre este partido y el PRD, particularmente desde el año 2000, al punto de que este último logró consolidarse como el partido con mayor presencia.

Los últimos años, el PRD (ahora junto con el PAN) ha regido la presidencia auxiliar de Atla; además, miembros de este partido controlan uno de los manantiales de mayor importancia. En consecuencia, los cuatro principales manantiales de la comunidad: Atlatenco, Atexcapa, Toxtla y Apilhuasco, han cobrado tintes partidistas y la celebración dedicada a esos sitios, en el marco de la fiesta de la Santa Cruz, constituyen un tiempo y un espacio en que se expresan las contradicciones y diferencias entre partidos.

Los perredistas destacan que los priistas no sólo se apropiaban de la presidencia auxiliar, sino que también acaparaban el agua en menoscabo de la población; además los primeros reclamaban que los integrantes del PRI empezaran a cobrar por el abastecimiento cuando el entubamiento del agua se llevó a cabo con recursos del municipio. En cambio, los priistas acentúan la forma en que los miembros del PRD se apropiaron, de “manera violenta y ventajosa”, del manantial de Apilhuasco, el cual abastecía de agua a una gran parte de población de Atla; por lo tanto, los miembros del PRI se vieron obligados a gestionar con las autoridades estatales el suministro de agua potable desde un manantial fuera del municipio de Pahuatlán.

En la disputa por el agua destacan dos acontecimientos de los cuales se tiene memoria. Uno se remonta a 1999, año en que en plena “fiesta del pueblo”, durante el altepeilwitl, al terminar la misa, ocurrió una trifulca entre los grupos contrarios fuera de la iglesia; en esa pelea resultaron heridos algunos individuos, incluidos mujeres y niños, y murió “el juez de paz”, una de las principales autoridades de la presidencia auxiliar. El otro sucedió en 2010, cuando el presidente auxiliar y también el juez de paz fueron encarcelados bajo la acusación del robo de un vehículo. Amnistía Internacional consideró a ambos “presos de conciencia” y llegó a afirmar que “la acusación contra los activistas fue fabricada como represalia por su trabajo para garantizar el amplio acceso al agua para la comunidad indígena náhuatl de Atla, municipio de Pahuatlán, Puebla”.[6] Dos años después salieron de prisión.

El discurso ritual como acto político

En la actualidad, pese a que las diferencias políticas continúan, sobre todo entre las familias con mayores recursos ligadas a las antiguas autoridades que en la segunda mitad del siglo XX se aliaron al PRI, por un lado, y, por el otro, un grupo político emergente de la comunidad identificado con el PRD —y recientemente con el PAN—, los nahuas y otros pueblos indígenas y no indígenas de la región enfrentan otros embates.

Por una parte, la lucha por el agua ha garantizado el acceso generalizado de la comunidad al recurso y, por otra, ha frenado la presencia de la lógica de mercado. Para los nahuas de Pahuatlán es improcedente la fabricación del agua o un pago en dinero a cambio de este bien; por tanto, es impensable que el agua no provenga de un don concedido por Atlanchane o la Sirena, y hoy día también por Dios. En consecuencia, no obstante los cambios y más allá de los conflictos entre partidos y diferencias religiosas, la preeminencia de una economía del don no deja de ser una constante en la vida cotidiana y en la tradición religiosa de los nahuas de Pahuatlán; en ese contexto privan las relaciones de intercambio y la actividad ritual.

En ese sentido, resulta oportuna la distinción entre economía de mercado y economía del don, propuesta por Marcel Mauss,[7] y que retomarían Christopher Gregory,[8] Maurice Godelier[9], Marilyn Strathern[10] o Eduardo Viveiros de Castro,[11] entre otros autores. En una economía el intercambio se cosifica y en la otra se personifica; en cambio, en la lógica de mercado tanto las cosas como las personas asumen la modalidad de objetos; pero en el caso del don, las cosas y los individuos adquieren la forma social de personas.


Figura 4. Alimentando a Atlanchane. Fotografía: Eliana Acosta.

Esta “lógica del don” —que entre los nahuas de Pahuatlán revela la vigencia de una economía ritual en la que los recursos se relacionan con los dueños, entidades con agencia y voluntad propias, con los cuales es necesaria la vuelta (in kuepa, en náhuatl)— enfrenta un nuevo desafío: la concesión de mineras, los gaseoductos, las presas hidroeléctricas y los proyectos ecoturísticos que hoy en día se llevan a cabo y proyectan en la Sierra Norte de Puebla. Esos megaproyectos requieren de un suministro abundante de agua y de la disposición de energía, factores que ponen en riesgo la biodiversidad y la riqueza biocultural de los pueblos.

El interior de los cerros, como bien advierten los nahuas, son lugares de abundante “agua y riquezas” y “semillero de todo cuanto hay” y, en el equívoco, se advierte que los promotores de los megaproyectos también encuentran vasta riqueza en la sierra pero, por supuesto, desde otra racionalidad y valoración. Aquello que en algún momento Aguirre Beltrán nombrara “regiones de refugio”, como lo destacó Javier Guerrero (comunicación personal) y que se distinguían por su marginalidad y aislamiento, ahora son terreno codiciado y en disputa; el Estado las ha denominado “zonas económicas especiales”, o bien, zonas estratégicas, y ha promovido su explotación.

La lucha por el agua, desde luego, no sólo responde a una disputa interna en cuanto al uso y representación de ese recurso. Esta contradicción local, que bien responde a una dimensión interna del despojo, se articula con contradicciones de carácter regional, nacional y global. En efecto, cuando en la década de los noventa del siglo XX el gobierno municipal impulsó el entubamiento de agua, quienes tenían el control del pueblo, políticamente identificados con el PRI, pretendieron cobrar por el uso del agua, y fue una de las razones que causaron el conflicto. Esa tentativa responde, no obstante, al interés del gobierno estatal de privatizar el agua; tal pretensión fue promovida por el entonces gobernador Rafael Moreno Valle, y la aprobaron en el Congreso poblano el 12 de septiembre del 2013, al reformar el artículo 12 de la Constitución Política del Estado Libre y Soberano de Puebla. Esta reforma abrió la posibilidad de que la administración del agua de todo el estado pasara a manos de particulares.


Figura 5. Manantial entubado con las tomas de agua y un arreglo de xochimakpali. Fotografía: Eliana Acosta.

Es importante advertir que la privatización del agua es parte de una imposición de la industria extractiva impulsada por los gobiernos locales, así como por el estatal y el federal. Ya sea por las concesiones mineras, hidroeléctircas, gasoductos, o bien, por proyectos ecoturísticos, monocultivos o biopiratería, los pueblos están siendo despojados de sus territorios, sus bienes comunes y sus saberes.[12]

En la actualidad, los pueblos de la parte occidental de la Sierra Norte de Puebla se encuentran organizados en resistencia en contra de la construcción del Gasoducto Tuxpan-Tula. A partir de diversas demandas de amparo promovidas por los pueblos afectados de la región, se ha frenado la construcción del gasoducto y en algunas comunidades se ha logrado su suspensión definitiva. A partir de la movilización social y la lucha legal se ha evitado la construcción de este proyecto privado que afectaría a cerca de 460 localidades.[13]

Si bien en algunas zonas del estado se han logrado frenar los proyectos, la política del despojo continúa y cada vez se presenta de manera más violenta. En ese sentido es importante entender que su magnitud responde a la reorganización del espacio para favorecer la acumulación del capital y la instrumentación en nuestro país de un marco legal para facilitar el despojo, lo cual se vio especialmente cristalizado con la reforma energética del periodo presidencial de 2012-2018.

Las empresas extractivas, además de despojar de los territorios y bienes comunes de los pueblos, imponen otras formas de relación que quiebran las formas de organización comunitaria y la base desde la cual se genera y recrea su cultura. El territorio constituye la dimensión espacio-temporal de la cultura y es, a la vez, un soporte físico y marco espacial desde el cual se desarrollan las diferentes prácticas sociales.[14] De manera que lo que está en juego, además, es la imposición de una lógica económica y cultural que entra en contradicción con las formas de actuar y pensar de los pueblos originarios.

Para concluir, debe advertirse que, si bien se suman los territorios amenazados y patrimonios en riesgo por terremotos, huracanes, megaproyectos o por la comercialización de la cultura, es evidente la creciente organización de los pueblos. En ese sentido, es importante advertir que lo que se ha identificado como una dimensión simbólica o expresiva de la cultura, que engloba narrativas, prácticas rituales y nociones cosmológicas ancladas a un territorio, se ha vuelto una de las principales herramientas de defensa e incluso de estrategia jurídica frente al Estado y organismos internacionales.

Los nahuas de Atla han defendido en su lucha que “el agua no se vende y es de todos”; este principio lo hicieron valer desde su práctica y discurso ritual, convertidos en un acto político que en su devenir pone en marcha la reflexividad y la memoria en defensa de sus saberes y bienes comunes.


[1] El municipio de Pahuatlán se encuentra en medio de la cordillera de la sierra Madre Oriental, asentado entre un bosque tropical de clima cálido y húmedo, a unos 1 200 msnm, en un accidentado relieve en las faldas de los cerros Ahila y del Señor Santiago. Se ubica en la parte occidental de la región conocida genéricamente como la Sierra Norte de Puebla y se le reconoce como el límite sur de la Huasteca; Pahuatlán es uno de los 32 municipios pertenecientes a la región socioeconómica de Huauchinango, la cual colinda al norte y noroeste con los municipios hidalguenses de Tenango de Doria y San Nicolás; al noreste, con el municipio poblano de Tlacuilotepec; al suroeste, con Honey, y al sureste, con Naupan, municipios del estado de Puebla. Desde la época prehispánica hasta nuestros días el ahora municipio ha sido un espacio multiétnico y un lugar de tránsito entre la cuenca de México y el golfo de México. En la actualidad se encuentra población mestiza, nahua y otomí y es conocido popularmente por haber sido nombrado pueblo mágico, por el huapango, por la feria que se lleva a cabo en la cabecera municipal en el marco de la celebración de Semana Santa y por el arte en papel amate que realizan los otomíes del pueblo de San Pablito. Menos popular y conocidas son las comunidades nahuas que se encuentran en cuatro localidades de este municipio: Atla, Xolotla, Mamiquetla y Atlantongo. Es importante advertir que, en el contexto de la disputa del territorio a causa de los megaproyectos, otras comunidades, como Zoyatla o Aguacatitla, también se reivindican como nahuas.
[2] Giovanna Gasparello, “Entre ríos y montañas. Construcción de imaginarios territoriales y de subjetividades sociales en las resistencias a los megaproyectos en Guerrero” (manuscrito, 2017).
[3] Recuerda Eladio Domínguez al respecto: “Cuando yo tenía siete, ocho años, hace setenta años creía la gente, antigüita, viejita, estaban haciendo fiesta hasta un lugar que se llama tlaltipaktli (la tierra), ahí están haciendo la fiesta, pero lo respetaban, entraba puro hombre viejito, abuelito, dicen que le están haciendo la fiesta a la Sirena [...] día y noche, ahí están bailando [...] Matan guajolote y ahí lo entierran, atole con pan, violín y bailando, y los que van a dejar la ofrenda, no faltaba agua, donde quiera había agua [...] llovía mucho pero hacían su fiesta los viejitos, los cuatro, dos viejitas y dos ancianitos, dos niños y dos niñas [...] están llamando al agua, a la Sirena, pero no nomás de hablar, ahí está su regalo, ahí está su matlakualo (comida), le dan de comer a la sirena, quién sabe quién enseñó eso”. Eladio Domínguez, entrevista, Atla, septiembre de 2009.
[4] En ese sentido adquiere relevancia el acontecimiento que registraron Leopoldo Trejo, Mauricio González, Carlos Heiras e Israel Lazcarro en el sur de la Huasteca; ellos retomaron el caso de la desaparición del pueblo de Mixún, en 1999, atribuido al enojo de la Sirena, pues no la honraron con una celebración, como se le había prometido; por lo tanto, ella decidió agasajarse por sí misma: lanzó una tormenta y se cobró con la vida de los humanos, especialmente de los niños. Leopoldo Trejo, Mauricio González, Carlos Heiras e Israel Lazcarro, “Cuando el otro nos comprende: los retos de la interculturalidad ritual”, Cuicuilco. Revista de la Escuela Nacional de Antropología e Historia 16, núm. 46 (2009), 251-272.
[5] Mijaíl Bajtín, Estética de la creación verbal (México: Siglo XXI, 2003).
[6] Amnistía Internacional, “Amnistía Internacional adopta dos presos de conciencia en Puebla”, acceso el 29 de abril de 2019, https://www.es.amnesty.org/en-que-estamos/noticias/noticia/articulo/amnistia-internacional-adopta-dos-presos-de-conciencia-en-puebla/.[7] Marcel Mauss, The Gift: Forms and Functions of Exchange in Archaic Societies (Londres: W. W. Norton, 1954).
[8] Christopher Gregory, Gifts and Commodities (Londres: Academic Press, 1982).
[9] Maurice Godelier, El enigma del don (Barcelona: Paidós, 1998).
[10] Marilyn Strathern, “Entangled objects: detached metaphors”, Social Analysis 34, núm. 4 (1993), 88-101.
[11] Eduardo Viveiros de Castro, “Le don et le donné: trois nano-essais sur la parenté et la magie”, Ethnographiques.org 6 (noviembre de 2004), acceso el 29 de abril de 2019, http://www.ethnographiques.org/2004/Viveiros-de-Castro.
[12] Gerardo Pérez Muñoz, “Proyectos de muerte” (manuscrito, 2018).
[13] Esta resistencia ha logrado frenar la construcción del gasoducto en la región y es posible constatar que en la conjunción de ambas estrategias (la movilización social y la lucha legal) se han utilizado distintos recursos: la reivindicación del derecho al territorio, a la autonomía y la libre determinación a través del recurso de amparo y el litigio participativo; la vuelta a las formas de organización tradicionales y el reconocimiento de las autoridades de los pueblos otomí, nahua y totonaco ante los tribunales federales. Ante la negación por parte de las autoridades y de la empresa, la reafirmación de identidad indígena y la conformación de un Consejo Regional de Pueblos Originarios en Defensa del Territorio de Puebla e Hidalgo. Todo esto enmarcado en la defensa de los bienes comunes, especialmente del agua y el derecho a otros usos del espacio de carácter ritual y sagrado. Cfr. Raymundo Espinoza Hernández, “La resistencia indígena frente al gasoducto Tuxpan-Tula”, La Jornada, 15 de febrero de 2018, acceso el 29 de abril de 2019, https://www.jornada.unam.mx/2018/02/15/opinion/018a1pol.
[14] Jesús Antonio Machuca, “La noción de patrimonio intangible en relación con el territorio sagrado”, en Carmen Morales y Mette M. Wacher, Patrimonio inmaterial. Ámbitos y contradicciones (México: INAH, 2012), 67.

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Narrativas Antropológicas, primera época, año 2, número 3, enero-junio de 2021, es una publicación electrónica semestral editada por la Dirección de Etnología y Antropología Soocial del Instituto Nacional de Antropología e Historia, Secretaría de Cultura, Córdoba 45, col. Roma, C. P. 06700, alcaldía Cuauhtémoc, Ciudad de México, www.revistadeas.inah.gob.mx. Editor responsable: Benigno Casas de la Torre. Reservas de derechos al uso exclusivo: 04-2019-121112490400-203, ISSN: en trámite, ambos otorgados por el Instituto Nacional del Derecho de Autor. Responsable de la última actualización del número: Íñigo Aguilar Medina, Dirección de Etnología y Antropología Social del INAH, Av. San Jerónimo 880, col. San Jerónimo Lídice, alcaldía Magdalena Contreras, C. P. 10 200, Ciudad de México. Fecha de última actualización: 31 de diciembre de 2020.

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