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  3. La triste historia de los mantenimientos lacustres y su desaparición

La triste historia de los mantenimientos lacustres y su desaparición

 

Ana María Velasco Lozano
Dirección de Etnología y Antropología Social, INAH
anavelaloz@yahoo.com.mx

Fecha de recepción: 16 de octubre de 2018
Fecha de aceptación: 31 de enero de 2019

Del agua había nacido, y de agua era, la gran ciudad de Tenochtitlán…
La conquista de México empezó siendo una guerra del agua,
 y la derrota del agua anunció la derrota de todo lo demás…

España se llevaba mal con el agua, que era cosa del Diablo,
herejía musulmana, y del agua vencida, nació la ciudad de México...
Y continuando la obra de los guerreros, los ingenieros
fueron bloqueando con piedras y tierras, a lo largo del tiempo,
todo el sistema circulatorio de los lagos y ríos de la región.

Y el agua se vengó, y varias veces inundó la ciudad colonial…
Siglo tras siglo, el mundo seco continuó la guerra contra el mundo mojado.
Ahora, la ciudad de México muere de sed. En busca de agua, excava.
Cuanto más excava, más se hunde… Donde había ríos, hay avenidas.
 Donde corría el agua, corren los autos.

Eduardo Galeano, “La primera guerra del agua”

I

La Ciudad de México, situada dentro de una antigua cuenca endorreica junto a otras poblaciones urbanas que la rodean, se ahoga en un mar de concreto y no en agua, como antes sucedía. A partir de la década de 1950, los habitantes aumentaron de 3 a 18 millones, y el área urbana se multiplicó siete veces, de 230 a 1 500 km2, de los cuales el 75 % corresponde a asentamientos irregulares que, en su mayor parte, han cubierto las permeables laderas del sur y el poniente del ahora valle, por las cuales se infiltraba la lluvia al subsuelo. El caudal de lluvia que se atesoraba en los mantos freáticos corre en la actualidad hacia el drenaje profundo y de ahí se dirige a contaminar ríos y tierras, y convierte en cloaca al golfo de México.

En la hoy sedienta gran urbe, casi la totalidad de los ríos se han ocultado al ser entubados y sus antiguos cauces se han convertido en avenidas donde navegan millones de autos.

De los cinco espejos lacustres que conocieron los españoles al abrirse ante ellos un grato paisaje, como las fuentes lo atestiguan, hoy sólo quedan algunas manchas acuáticas de escasa presencia, entre ellas, la laguna de Zumpango,[1] en el Estado de México, la que a pesar ser agobiada por derrames de aguas negras y la invasiva mancha urbana, sobrevive por ser considerada parque “ecoturístico”.

Xochimilco, a pesar de que la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO, por sus siglas en inglés) lo declaró Patrimonio Histórico de la Humanidad, ha quedado reducido a unos cuantos canales. Sus otrora productivas chinampas padecen un intenso urbanismo y son irrigadas con aguas de mala calidad, aguas tratadas que sustituyeron a sus aguas surtidas por frescos y abundantes manantiales originales, pero que fueron entubados para calmar la sed de esta urbe en crecimiento hace ya casi 100 años.

Otros cuerpos de agua que sobreviven en forma precaria son la reducida ciénaga de Tláhuac y el cada vez más sucinto humedal de Mixquic; ambos formaron parte del gran lago de Xochimilco[2]. Del lago de Chalco existen todavía pequeñas charcas que surgen alrededor de la antigua isla de Xico en el mal llamado Valle de Chalco. Sin embargo, a pesar de la escasa importancia y protección que autoridades de todo tipo le conceden a estos remanentes acuáticos, “después de cinco siglos de descomunales procesos tecnológicos no han logrado extinguir y desecar del todo esa extensa área lacustre”[3] que representa un importante papel en la hidrología de esta antigua cuenca.

II

En la historia de esta cuenca, personalidades y estudiosos se han opuesto a su desecación y han entablado, desde la época colonial,[4] una lucha constante contra los proyectos de los gobernantes que siempre han optado por drenar sus aguas. En sexenios anteriores del siglo pasado, algunos grupos de estudiosos y empresarios vaticinaron el deterioro de la cuenca y trataron de impulsar diversos proyectos para recuperar parte de las áreas hidrológicas que se perdían gradualmente. Uno de los humedales recuperados que pervive aún dentro de esta cuenca, el cual se ha mantenido por casi medio[5] siglo y ha funcionado como reserva ecológica, es el embalse artificial formado por el lago Nabor Carrillo[6] y su contorno, que ha recreado el antiguo ecosistema que conformó el gran lago de Texcoco, si bien en escasa medida.[7] Ese lago es una reserva federal que, desde su inauguración, dada su cercanía (a escasos 10 km de la ciudad), ha sufrido una constante amenaza por invasores y urbanistas, así como por la decisión de ampliar el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. Al empezarse a construir el Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (NAICM) comenzó su desecación, la cual afortunadamente se contuvo al interrumpir su construcción.

Se idearon además otros proyectos, algunos bien intencionados y unos no tanto, cuyo propósito era conseguir un control más racional del agua para almacenarla, reciclarla y no drenarla, como se ha acostumbrado de manera equívoca desde la llegada de los españoles. Entre estos proyectos figuran la propuesta “La Reinvención o Vuelta a la Ciudad Lacustre” (que presentaron en 1997 el arquitecto Teodoro González de León, Alberto Kalach y otros),[8] “México Ciudad Futura” (del arquitecto Gustavo Lipkau), o bien, el codicioso proyecto de “Ciudad Posible” (de Luege Tamargo). Todo un cúmulo de intereses con la vista puesta en esta zona federal y sus alrededores, que veían “vacía”.

El proyecto de Carrillo y de Cruickshank hubiera funcionado bien, si el complejo programa que le dio vida a esa zona, considerada como reserva ecológica, se hubiera realizado en su totalidad, ya que el embalse artificial conocido como lago Nabor Carrillo fue sólo el comienzo del inconcluso Proyecto Texcoco,[9] que consideraba la creación varios lagos con el propósito de captar, regular, optimizar y conservar el sistema hidrológico necesario de la ciudad y del valle de México; el conjunto de lagos formaría un sistema de regulación del agua que se canalizaría para evitar las inundaciones, humedecer el ambiente, reducir la contaminación y convertir en áreas de bosque y pradera al seco erial del lecho lacustre,[10] con lo cual mejoraría la ecología regional y se conservaría el suelo para permitir la recarga de los acuíferos del subsuelo.[11] Ésta es una propuesta que aún es viable y debería rescatarse para solucionar gran parte de los problemas de esta megaurbe, dado que además de evitar las inundaciones se resolvería la dificultad del abastecimiento del agua sin tener que recurrir a otras cuencas; esto detendría, además, el hundimiento de la Ciudad de México.

El precursor, en el ya lejano año de 1965 de este proyecto, fue el ingeniero Nabor Carrillo, quien, junto con otros ingenieros y científicos, preveía crear un área de conservación de 17 000 ha con varios lagos con una capacidad de 151 000 000 m3 y al menos dos plantas potabilizadoras de 40 m3/seg. En 1971, con el nombre de Comisión Lago de Texcoco, se instituyó este proyecto bajo la dirección del ingeniero Gerardo Cruickshank, quien lo condujo hasta 1982. Durante su gestión de llevó a cabo una primera etapa en que se regeneraron miles de hectáreas, pero al final ésa fue la única; así se creó el lago Nabor Carrillo, cuya superficie de 1 000 ha y su capacidad para alojar 36 000 000 m3 representaban sólo 0.05 % de las aguas residuales[12] generadas en la cuenca.[13]

Por desgracia, ese magnífico programa de conservación ecológica y ambiental nunca se concluyó, no sólo debido al escaso apoyo gubernamental sino por la falta de recursos económicos que le correspondían, los cuales al poco tiempo de su inauguración se reasignaron para la construcción de su antónimo: el Drenaje Profundo. Así, al igual que hiciera el virrey don Luis de Velasco hijo, en el siglo XVII, Luis Echeverría, en vez de optar por conservar el agua de los ríos y la pluvial —que, ya tratadas, se enviarían al subsuelo—, durante su presidencia prefirió que las aguas se drenaran y fuesen a contaminar los ríos Tula, Moctezuma y Pánuco.

El arquitecto Jorge Legorreta, como promotor de una urbanización cuidadosa y reglamentada y defensor de la cultura del agua, a lo largo de diferentes periodos de gobierno impulsó hasta el cansancio la protección y terminación del Proyecto Lago de Texcoco, puesto que con tal no sólo se detendría en gran parte el hundimiento de las zonas urbanas gracias al reabastecimiento de los mantos freáticos, sino que se conservaría el agua que pertenece a la antigua cuenca y no se malgastaría el líquido al abrir nuevos pozos, especialmente al sur de la ciudad.

A pesar de las carencias, este proyecto fue exitoso, como revelan los indicadores referentes a la recuperación ecológica: gracias a los trabajos de manejo integral en estos suelos salinos, hay praderas de pastizales, bosques y zonas de humedales (desde charcas someras y cuerpos de aguas profunda hasta áreas de tular) y ha generado una gran diversificación de fauna y avifauna silvestre. Además, hasta hace poco existió un proyecto de crear caballos de “raza azteca”, cuya situación actual se desconoce. Tanto el Proyecto Lago de Texcoco como el de Recuperar la Ciudad Lacustre optaron por recobrar la vocación de este páramo en un lago. Es una lástima que esos proyectos fueran desatendidos después por los gobiernos sucesivos.


Figura1. Pastizal que evita tolvaneras. Fotografía: Ana Ma. Velasco.

III

A pesar de que la zona del antiguo vaso de Texcoco no es muy apta para la vida natural, dado que tiene un clima semiárido templado[14] de alta salinidad[15], gracias al proyecto ya referido se reforestó con árboles de los géneros Tamarix y Casuarina, y se sembraron pastos adaptados para soportar las sales. Este lago, junto con otros pequeños humedales de la región, son santuarios de unas 150 000 aves migratorias (aunque a principios de 2014 sólo se detectaron 45 000), pertenecientes a 153 especies.[16] Sobrevive todavía un pez nativo de la cuenca, el único que queda de otras especies endémicas: el metlapique o mexclapique (Gyrardinichtis viviparus), de gran importancia ecológica, así como varios anfibios (tres especies de ranas: Hyla eximia, Rana pipiens y Rana holecina, así como los amenazados ajolotes del género Ambystoma spp.), reptiles (tortugas, culebras de agua del género Thamnophis spp., culebra oscura y cincuates o zenacuate (Pituophis deppei) que habita en los pastizales), insectos como el mosco conocido como axayácatl y sus huevecillos, Artemia salina,[17] pulgas de agua, entre otros.

Hay también mamíferos de tamaños pequeño y mediano, que habitan en los pastizales: roedores (Micrutus mexicanus, Peromyscus maniculatus y Reithrodontomys megalotis), así como liebres (Lepus californucus), conejos (Sylvilagus floridanus), comadrejas cola blanca (Mustela frenata), musarañas (Cryptotis spp.), tuzas (Pappogeomys spp.) y ardillas terrestres (Spermophilus mexicanus), así como jaurías de perros salvajes.

El acuífero que comprende el lago Nabor Carrillo (junto con la laguna de Nequixquiac y otros embalses) es de aguas casi limpias, pues fueron depuradas al pasar por dos sistemas de tratamiento de agua residual: una planta de lodos activados y un sistema de lagunas facultativas con recirculación. Las aguas se inyectan al subsuelo para luego abastecer a ciudades y pueblos circundantes, como Ciudad Nezahualcólyotl, Chicoloapan, Chiconcuac, Texcoco, Chimalhuacán y Tepetlaoztoc, entre otros. Como puede notarse por lo anteriormente descrito, hay muy buenas razones para revitalizar el Proyecto Lago de Texcoco e incrementarlo para bien y sobrevivencia de la gran área metropolitana y para la preservación de la rica flora y fauna que la habitan desde hace milenios. Haber suspendido la construcción del NAICM debe repercutir en la preservación del equilibrio ecológico de esta zona y no debería destinarse el espacio para proyectos de parques o zonas habitacionales. Es un terreno federal que debe conservar la vocación para la que fue decretado.

Junto a este lago artificial hay otro que apenas sobrevive, pues se abastece sólo de agua pluvial y no de descargas de ríos, como sí ocurre en el caso del Nabor Carrillo; aquel otro, sin embargo, también forma parte de la historia ambiental del lugar desde el siglo pasado; se trata de “El Caracol o depósito de evaporación solar”, un embalse de agua construido en 1943 en forma de espiral de 3 200 m de diámetro, utilizado entre otras cosas como salina. Lo construyó la compañía Sosa Texcoco,[18] empresa mexicana en un ochenta por ciento de su capital, la cual se dedicaba a explotar una de las dos mayores minas de salmueras alcalinas del mundo en ese tiempo y que ahora, en franco abandono, está a punto de desaparecer.


Figura2. Localización de El Caracol. Fuente: Google Maps, 2018.


Figura3. Vista desde uno de los márgenes de El Caracol. Fotografía: Ana María Velasco.

Lo que queda actualmente de El Caracol se conoce como “Oreja del Caracol”; allí se plantea construir una “estación depuradora de aguas residuales” que aprovechará las aguas provenientes de un ramal del Canal del Desagüe. Sin embargo, a pesar de que el convenio entre la Conagua y el consorcio ganador se firmó el 12 de agosto de 2012, aún no se ha llevado a cabo, pues en parte su ejecución dependía de la construcción del NAICM. Se presume que estas aguas tratadas se destinarían para el riego “tecnificado” de 6 000 ha de cultivos y para la supuesta restauración ecológica de las 2 000 ha que pertenecían al exlago de Texcoco.[19] Ese espacio, conformado por varios espejos lacustres, incluido el lago de Texcoco —una reserva en la que pesan miles de intereses, poseedor de un hábitat de una flora y fauna adaptadas a sus duras condiciones, en apariencia poco favorables para la vida—, es parte y sobrevivencia de un bioma que, como el resto de los otros lagos, fue aprovechado por los primeros seres humanos que llegaron a esta cuenca, cuando menos, hace 7 000 años. Hombres que se adaptaron a vivir exitosamente en lo que fue una extensa cuenca lacustre, cuya belleza, hace algunos siglos, impresionó a Cortés y sus huestes.

IV

Christine Niederberger, en sus trabajos sobre Paleopaisaje y arqueología preurbana en la cuenca de México, demostró la permanencia de habitantes en un lugar denominado Zohapilco, al piedemonte del cerro de Tlapacoya, en ese entonces una isla del lago de Chalco. Entre 6 000 y 4 500 a. C. (fase cultural “Playa”). Esas personas, a pesar de estar en una etapa caracterizada por el nomadismo, se asentaron permanentemente en el lugar, en una especie de sedentarismo temprano. Ya se hallaban en una etapa preagrícola; esto fue posible debido a las condiciones ambientales de la cuenca, que pasaba por un apogeo bioclimático con gran equilibrio ecológico. En este magnífico hábitat, la naturaleza ofreció a esos primeros pobladores una biomasa disponible con recursos abundantes, correspondientes a diferentes ecosistemas.

Debido a la humedad hubo un gran crecimiento y abundancia de gramíneas en los suelos aluviales, las cuales sirvieron como alimento por estos hombres, que las explotaron de modo sistemático, además de que aprovecharon otras plantas silvestres. La proteína animal fue la proveniente de la región montañosa, los pastizales y el ecosistema lacustre. Lo relevante fue que aprendieron a valerse de la disponibilidad de los diferentes organismos durante el ciclo anual, por lo que distribuyeron el aprovechamiento de los distintos recursos en actividades multiestacionarias.[20] Aunque cazaron mamíferos en cerros y montañas cercanas, que aquí no detallamos ya que nuestro interés se enfoca en el uso de los recursos acuáticos.[21] Se tiene información que confirma que los habitantes de este sitio se dedicaron a pescar charales (Chirostoma spp.) y pescado blanco, entre otros; cazaron la abundante avifauna residente, como patos y gallaretas (en particular, Anas spp., Fulica americana). Para la estación lluviosa aprovecharon para su alimentación anfibios y reptiles (Ambystoma: ajolotes y ránidos; Thamnophis, culebras; y Kinosteron, tortugas), y en la estación seca desarrollaron una de las actividades más importantes para su subsistencia: la caza de aves migratorias (Branta canadensis, Anas acuta, A. platyrhynchos, Aythya americana, Spatula clypeata y A. cyanoptera, entre otros), que arribaban desde fines del otoño y permanecían varias familias y géneros en el periodo invierno-primavera (noviembre-abril).

Christine Niederberguer muestra, al igual que otros trabajos arqueológicos de Parsons, Sanders, y Serra Puche,[22] que las comunidades humanas instaladas en las riberas de los lagos de Chalco y Xochimilco ocuparon el territorio de manera permanente gracias a la riqueza y a la diversidad de la biomasa disponible, abundante en ese entonces en los fecundos lagos.

Al paso de los siglos, la fertilidad de la cuenca se modificó debido a que experimentó sequías, erupciones, cambios climáticos y diferentes fluctuaciones en sus aguas, lo que llevó al continuo establecimiento y abandono de diversos asentamientos humanos, forma de vida que se volvió habitual entre los pueblos mesoamericanos: migrar ante alguna situación adversa. No obstante, a pesar de que disminuyó la fecundidad de la cuenca por los cambios físicos y climáticos, se conservó una gran parte de su riqueza biológica, la cual, para los últimos siglos antes de la llegada de los españoles, se manifestó a través de la conformación de nueve ecosistemas, distribuidos en las diferentes alturas existentes en la cuenca, entre montañas y lagos; esto permitió que los diferentes grupos y etnias que arribaron a ella siguieran aprovechando los recursos de cada zona. A partir de la aparición de la agricultura surgieron aldeas, ciudades y pueblos tanto en los montes como en sus laderas y a orillas de los benéficos lagos. A partir de los periodos Preclásico hasta el Posclásico navegaron en ellos diferentes grupos étnicos, formando un gran sistema de comunicación entre los diferentes asentamientos. Así, en los lagos, donde los animales de tiro no existieron, la navegación sirvió para aminorar las cargas de mercaderías y funcionaron también como barrera defensiva y protectora de pueblos y ciudades; y sobre todo, los espejos lacustres subsistieron como fuente alimenticia que complementaba la dieta, basada en los frutos agrícolas.

Para el periodo Posclásico tardío, el sistema lacustre se conformaba por cinco o seis someros espejos de agua que cubrían aproximadamente 1 500 km2. Hacía la época en que los mexicas llegaron a la cuenca, los lagos existentes, además de los ya mencionados Chalco y Xochimilco —que eran de aguas muy poco salobres—, había otros, de agua salada, ubicados al norte: el de Xaltocan (que en tiempo de secas se fragmentaba para formar la laguna de Ecatepec o San Cristóbal) y el de Zumpango. El mayor de todos en extensión y el que se asentaba a menor altitud que los demás (y, por tanto, el más salino, ya que los otros desaguaban en él) fue el de Texcoco, que durante el Hueytlatocáyotl mexica se dividió debido a la construcción del albarradón, atribuido a Nezahualcóyotl, edificado para evitar la inundación de Tenochtitlan; esa parte del lago que rodeaba la urbe mexica se conoció como “lago de México”.

V

A lo largo de esta historia se aprecia el surgimiento de varias labores vinculadas al ecosistema lacustre, oficios que por siglos se mantuvieron y perfeccionaron, para el final del Posclásico hubo personas que ejercían el oficio “relacionado con el agua”; fueron los hombres del agua o atlaca, quienes podían pertenecer a alguna de las diferentes etnias (otomíes, chichimecas, nahuas) que habitaban en las márgenes de los lagos. Un oficio de tradición milenaria, multicultural y con diferentes especialidades.

Los atlaca pertenecientes al señorío de Tenochtitlan y sus aliados, según indican los códices y otras fuentes históricas, eran “los que viven de lo que el agua produce”, Sahagún los identifica como “los que tienen granjerías en el agua”,[23] o “pescadores y cazadores del agua”, mientras Alfredo López Austin los denomina “navegantes”.[24]

Los atlaca debieron vivir y pertenecer a calpullis de los diferentes altepeme ubicados en las riveras lacustres; cada pueblo o ciudad aprovechó los recursos de su territorio delimitado. Los mexicas son, en parte, originarios de ese grupo; al referirse a ellos, Sahagún los denomina atlacachichimecas,[25] “que quiere decir pescadores que vinieron de lexas tierras”. Por razones de espacio; sólo resta subrayar que el primer acto de los mexictin o aztecas, cuando al fin se instalaron de forma definitiva en el islote de lo que sería Tenochtitlan, fue levantar un templo a su calpultéotl y guía, Huitzilopochtli, pero dado que únicamente contaban con “céspedes, carrizos y tules”, decidieron cazar y pescar para comerciar esos recursos con los pueblos comarcanos a cambio de la piedra y la madera necesarias para la construcción del templo. La historia consigna que intercambiaron “todo género de pescado blanco, ranas, ajolotes, camaroncillos y todo género de sabandijas que en el agua se crían, en especial izcauiteteuhtlac, queso que llaman ahuauhtli, axaxayácatl y todo género de aves que en la laguna se crían como patos, ánsares, gallaretas corvejones y otros diversos géneros de aves marinas”.[26]

Los hombres del agua, como todos los habitantes del México prehispánico, eran cultivadores; muchos, seguramente chinamperos, y los lagos idóneos para el cultivo en chinampas fueron los meridionales, los de la región conocida como chinampatlalli (donde se lubicaban los altepeme de Itztapalapan, Huitzilopochco, Colhuacan, Tecuitlatenco, Cuitlahuac, Xochimilco y Mizquic).

Los trabajos artesanales fue otra de las labores de los atlaca en la que se utilizaba la flora acuática, como el tule y los carrizos, con los que se tejían o ensamblaban cestos, petates, icpallis o asientos (petlanamacac y otlachiuhquinamacac). Había también vendedores de agua (atlacuique) y salitreros (iztacnamacame o iztatlacame y los tequixquinamacame) que vendían y producían sal y recolectaban sal mineral o tequesquite, minerales que en su mayoría eran del lago de Texcoco. La mayoría de los atlaca se dedicaban a pescar y recolectar insectos, aunque también podían ser cazadores de avifauna acuática, de reptiles y anfibios. Estas especialidades se fueron perfeccionando de modo gradual con el uso de diferentes técnicas, varias de ellas heredadas por generaciones de los pueblos que siempre habitaron la región.

Entre las técnicas y utensilios empleados por los atlaca estaba el ancestral atlatl, amiento o lanzadera, las redes y los anzuelos, así como el innovador arco y flecha usado por los chichimecas. Además, cazaron y pescaron con venablos y arpones, como el de tres puntas o más (minacachalli), utilizado en grandes peces y aves. Dominaban el uso de cerbatanas (tlacaluaztli), hondas, trampas o nasas, y confeccionaron cercos o corrales de piedra y vegetación (michcaxitl) para agrupar a los peces, reptiles y anfibios. Emplearon la “liga” (distinta a la europea), una sustancia pegajosa proveniente de la raíz de una planta llamada tecpatli, que se untaba a las redes y servía para apresar vivas a las aves. Usaron lazos, buitrones y varios tipos de redes, y emplearon el amolli (Saponaria americana), sustancia que “atontaba” a los peces. Artefactos y técnicas fueron aplicados según las condiciones del lugar, la presa y su tamaño, así como la habilidad o destreza del cazador.

La tradición del uso de los recursos acuáticos perduró por milenios a pesar de la paulatina desecación de los espejos lacustres y se mantuvo hasta la primera mitad del pasado siglo y se aplicaron innovaciones novohispanas como las destructoras “armadas”, usadas en la cacería de aves.

La producción y apropiación de los bienes proporcionados por los lagos se vendían o intercambiaban en los diferentes mercados de la región. Algunos incluso, como el ahuauhtli y el tecuitlatl, eran forzados a ser intercambiados por oro, plumas preciosas y jades en las lejanas tierras de Oaxaca y otros lugares conquistados durante la hegemonía mexica, como manifiesta fray Diego Durán.[27]

A los pescadores-vendedores se los denominaba michnamacac o xoquiianamacac, ya que eran los mismos que sustraían los recursos acuáticos, pues casi no había intermediarios: “El que vende pescado es pescador”.[28] Tanto ellos como sus mujeres vendían en el tianguis todo tipo de pescado.[29] El buen vendedor (michnamacac) debía mercar los pescados frescos e incluso los michpilli, pececillos pequeños recién salidos del huevo. También podían venderse cocinados y en tamal (milpichtamalli), al igual que sus huevecillos (milpichtetei). Otros productos lacustres muy gustados en el mercado eran el ahuauhtli (huevos y larvas de axayácatl) y había tortillas y tamales rellenos de este corixido.[30] Al axayácatl luego se le conoció como “mosco para pájaros”. Además se preparaban otros tamales de insectos y larvas acuáticos, como los ocuitamallis, que eran de gusanos acuáticos, o tamales de amoiotl (tal vez Ephydra hians, otra especie de mosca, en estado adulto).

Los pescados se preparaban cocidos y se envolvían en hojas de maíz, no siempre eran ingrediente para tamales. Entre lo más gustado figuraba el axolotl (Ambystoma tigrinum, A. lacustris y A. carolinae), así como los acociles o camaroncillos (Cambarellus montezumae, Saussure, y C. mexicanus), que eran “comida de señores” (miembros de la élite), mientras que los atepocates o renacuajos (Anura) lo eran de la gente baja. En el Códice florentino se menciona que también se comían las tortugas (Kinosternon integrum, K. pennsylvanicum y Onichotria mexicana).


Figura 4. Tamal de mosca aneneztli. Fotografía: Ana María Velasco.

VI

La paulatina desecación de los lagos, emprendida primero por Enrico Martínez durante el virreinato,[31] y luego en el México independiente, con la primera construcción del tajo de Nochistongo y posteriormente con el canal de Castera y el de Huehuetoca —entre otras diversas obras, todas ideadas para vaciar la cuenca de sus aguas, durante tres siglos—, costó miles de vidas y miserias a sus habitantes; la cuenca de México dejó de ser endorreica para convertirse en un valle.

Como se puede observar, la historia del hombre en la cuenca de México no puede separarse de este entorno acuático, el cual le proporcionó los recursos necesarios para su sobrevivencia desde su llegada, y sobre todo ha formado parte de su vena cultural. En la actualidad, muchos pueblos originarios deben gran parte de su existencia a esos recursos y con ellos han conformado su tradición culinaria, que se ha tornado cada vez más inexistente y la añoran. En los relatos de su historia oral cuentan cómo los abuelos cazaban o pescaban en sus lagos; una anécdota refiere que, cuando iban a las chinampas a trabajar, sólo llevaban de itacate tortillas, pues todo lo demás lo obtenían de los canales y las chinampas.

La cacería de patos era parte de su vida; como en La Candelaria de los Patos o en el pueblo de Santa María Aztahuacan, Iztapalapa, cuyos habitantes, a principios del siglo XX, pagaron el elegante reloj de su parque central con el dinero de la venta de los patos; parte de su tradición es preparar el pato en pulque, platillo que según narra Octavio Paz en Vuelta al laberinto de la soledad, gustaba mucho a su padre, el licenciado Ireneo Paz.

Un ingrediente que sobrevive en Iztapalapa y Culhuacán son las tortitas de ahuauhtli con nopales, calabacitas, huauzontles o con camarones. Estas tortitas, que han sido un platillo tradicional y elegante, en la actualidad es costoso por lo escaso del ingrediente principal, los huevecillos del hemíptero. En Culhuacán, para rememorar su tradición organizan una feria de comida lacustre, en la cual sin embargo no hay patos (a pesar de que conocen varias recetas para guisarlos, al igual que los chichicuilotes), ni ranas ni ajolotes (por lo cual se lamentan); tal vez se cocinen aún algunos acociles en tamal, o en caldillo, algún platillo con romeritos, o con charales, así como los metlapiques o mextlapiques de pescado (antes había de ajolote y tripas de pato o hueva de pescado), entre otros.


Figura 5. Tortitas de ahuauhtli. Fotografía: Ana Ma. Velasco.

El ahuauhtli es hoy en día la estrella culinaria en muchos lugares que alguna vez se hallaron en las orillas de los lagos; este grupo de huevecillos comestibles, ricos en proteína del hemíptero conocido como axayácatl o mosco para pájaros, de acuerdo con Julieta Ramos Elorduy,[32] lo componen seis especies del orden Hemiptera;[33] Orozco y Berra lo bautizó como “caviar mexicano”, ya que en realidad lo parecen justo cuando son extraídos del agua y no ya secos, que es como se conservan y venden. Su nombre de ahuauhtli se debe a que, en el pasado precolombino, se compararon estos huevecillos con el tamaño de las semillas de amaranto o huauhtli; ahuauhtli puede traducirse como “amaranto de agua”.


Figura 6. Costal de ahuauhtli seco. Fotografía: Ana Ma. Velasco.


Figura 7. Cuartillo para venta de ahuauhtli. Fotografía: Ana Ma. Velasco.


Figura 8. Auauhtli seco. Fotografía: Ana Ma. Velasco.

Aseguran las fuentes que estos huevecillos se recogían “muy copiosamente” en el siglo XVI, según el protomédico Francisco Hernández de Toledo;[34] ya secos y molidos se formaban bolitas que se vendían en los mercados. Este naturista, enviado por Felipe II para que conociera la historia natural de la Nueva España, por lo general reprobaba el sabor de los otros alimentos acuáticos, quedó fascinado con el ahuauhtli, al que describe como “alimento bueno, abundante y no desagradable”.

En la actualidad, en lo que queda de El Caracol y en el lago Nabor Carrillo existen un poco más de una decena de “recolectores”, como se les llama ahora a los atlaca. Su oficio sobrevive a pesar de lo precario de su recolección, que se debe a la obvia disminución —casi desaparición— de este ecosistema; además, depende su oficio de que se les otorgue un permiso especial para entrar en el terreno federal, que es su zona de recolección. Es tan importante su tradición que, al igual que sus antepasados, continúan “viviendo de lo que el agua produce”. Estos permisos “especiales” los otorgaba Conagua; ahora se desconoce cuál es su condición.


Figura 9. La amplitud del caracol. Fotografía: Ana Ma. Velasco.

Hasta hace un quinquenio aún recolectaban algunos de los recursos ya referidos, se valían de salabres para “barrer” el agua, a la antigua manera;[35] en la actualidad recogen la artemia, que venden muy bien a los acuacultores, y también larvas de la “mosca de la salmuera”, llamados por ellos poshi o puxi[36] (Ephydra hians [Say]),[37] conocidos como amoyotl en la época prehispánica; con sus larvas aún hacen tamales. También recolectan alga espirulina, que flota en el agua, tal y como la describen los primeros cronistas (o “queso de la tierra” cuando estaba preparada).


Figura 10. Representación del alga espirulina o tecuitlatl en el Códice florentino.


Figura 11. Alga espirulina flotando como una nata. Fotografía: Ana Ma. Velasco.


Figura 12. Alga espirulina o tecuitlatl (Arthrospira máxima). Fotografía: Ana Ma. Velasco.


Figura 13. Alga espirulina seca. Fotografía: Ana Ma. Velasco.


Figura 14. Don Rafael Villanueva con su salabre. Fotografía: Ana Ma. Velasco.


Figura 15. Explicación de la técnica. Fotografía: Ana Ma. Velasco, 2010.


Figura 16. Recolección de alga espirulina. Fotografía: Ana Ma. Velasco, 2010.

Pero el recurso más importante, dado que les da buenas ganancias, son las pupas y huevecillos del axayácatl (faz acuosa) o cuatecómatl —como también se conoce—, y sobre todo, sus huevecillos, el ahuauhtli o caviar mexicano. Al igual que antaño, se siembra con pasto entrelazado o en ramas de casuarina (y se cosecha de la misma forma que muestra el Códice florentino). Tanto el ahuauhtli como el alga espirulina se ponen a secar al sol, tal y como se hacía en tiempos precolombinos para su conservación.


Figura 17. Representación del axayácatl y el ahuauhtli en el Códice florentino.


Figura 18. Cómo se recogía el ahuauhtli al modo antiguo. Fotografía: Ana Ma. Velasco, 2010.


Figura 19.Casuarina glauca con ahuauhtli y mosco para pájaros. Fotografía: Ana Ma. Velasco, 2010.


Figura 20. Auauhtli, de la especie Corisella texcocana en ramas de casuarina. Fotografía: Ana Ma. Velasco, 2010.

Este antiguo oficio relacionado con lo que el agua produce lo heredaron y aplicaron por generaciones los habitantes de los poblados que circundaban al antiguo vaso de Texcoco. Los ancianos de Chimalhuacán Atenco recuerdan muy bien cómo era antes su paisaje infantil, menos desértico que ahora, cuando aún se extendía en forma más amplia el espejo lacustre. Con posterioridad se convirtió en un seco páramo que envolvía la Ciudad de México con polvo durante los meses secos, lo cual se resolvió en cierta medida al crearse la Comisión del Lago de Texcoco, que mejoró el ambiente. Recuerdan también los tlateles donde crecían los nopales o los quelites, y en los que —cuentan— dejaban sus canoas; conocían regiones de tulares bien definidas que eran lugares de anidación, los lugares donde había mejor pesca o recolección, la localización de los manantiales para bañarse, o los sitios donde recogían el tequesquite; éste lo usaban no sólo para cocinar, sino también para purgar el ganado y lavar la ropa. Para ejemplificar estas vivencias es útil el relato de don Silvino Valverde:

Nací el 12 septiembre de 1920 y a mis 93 años, el Jefe aún no me llama a cuentas. ¿Qué me acuerdo del Lago de Texcoco?

Desde el rancho El Molino, aquí en Chimalhuacán, el agua cristalina bajaba por un canal junto a los sauces. Se iba repartiendo en los tlateles, como se llamaba a los islotes. Estaban el tlatel San Juan y el tlatel Xochitenco, pero el más prominente era El Tepalcate, de aquí abajito: se criaba muchísimo pato, pescado blanco, amarillo, juil, tilapia, ahuautle. Nos decía mi abuela Tomasa: “Vayan a traer dos carpas para un caldo”. Parados en nuestro lindero de lago, “La Cruz de la Medianía”, los chiquillos veíamos a los peces y les clavábamos la fisga: “¡tras, tras, tras!”. De regreso traía mi medio costal de patos, mi chiquihuite de pescado blanco, amarillo, y las carpas con las que mi abuela hacía su ollota de caldo. A los patos los pelaba y cocía en chilito verde, pasilla y con hierba lengua de vaca. Una cosa rica, picante.[38]

VII

Los recolectores de aquellos recursos son los sobrevivientes de un oficio milenario y ejercen una actividad que es un patrimonio a punto de desaparecer debido a las miopes estrategias gubernamentales, incapaces de emprender un estudio profundo, biológico, histórico y social de una región, incluidas las consecuencias del cambio radical (sería mejor decir daños) que harán con sus proyectos y que repercutirán en la vida de sus habitantes, quienes han heredado tierra, agua, recursos y formas de vida que pervivieron por miles de años, además de menoscabar la existencia de un ecosistema necesario en la deteriorada cuenca del valle de México. Es una pena que los recursos naturales referidos se pierdan porque forman parte de una importante cadena alimenticia de la que sobreviven seres unicelulares, insectos, aves y seres humanos en un medio natural que se mantiene con dificultad en dramática sobrevivencia. Ha habido proyectos (como el Proyecto del Lago de Texcoco, el de México Ciudad Lacustre o el de Sosa Texcoco) que intentaron recuperar parte de la antigua vocación de la cuenca y demostraron que se podría rescatar, en parte, un sistema perfectamente integrado en el que se conjugaran el trabajo del hombre y la naturaleza. Su rescate ha sido vital para esta cuenca cada vez más seca, y los esfuerzos se ha encaminado a intentar restaurar su equilibrio hidrológico con la creación de humedales, la siembra de pastos, la recuperación de oficios dignos y milenarios, y agregar así un punto a la disminución del evidente y perjudicial calentamiento global y disipar, un poco, el calor generado por el cemento de esta urbe asfixiante. El NAICM no representó beneficio alguno. La recuperación del lago de Texcoco y el proyecto que una vez lo alimentó ofrecerá, si en efecto se realiza, un bien común para los habitantes de la cuenca y la urbe que la cubre, pues como opina Fernando Córdova Tapia:[39] “Estamos perdiendo la última oportunidad de que esta ciudad tuviera agua en el futuro mediante los proyectos de recuperar el lago”, para los pueblos originarios es una manera de revitalizar su identidad y el reconocimiento de un pasado histórico, que en muchos de ellos, se valora a través de la comida y otros recursos naturales y, sobre todo, no se perderá un oficio milenario que es fundamento de nuestra historia.

Como epílogo, rescato una parte de un poema de Nezahualcóyotl que muestra cómo era percibida la región de los lagos y cómo la identidad de México se invoca con el medio acuático.

Donde están erguidas las columnas de jade,
donde están ellas en fila,
aquí en México,
donde en las oscuras aguas
se yerguen los blancos sauces,
aquí te merecieron tus abuelos
[...]
El águila grazna,
el ocelote ruge,
aquí es México.
[...]
Donde hay sauces blancos
sólo tú reinas.
Donde hay blancas cañas,
donde se extiende el agua de jade,
aquí en México.

Tú, con sauces preciosos,
verdes como jade,
engalanas la ciudad.

La niebla sobre nosotros se extiende,
¡que broten flores preciosas!,
¡que permanezcan en vuestras manos!
Son vuestro canto, vuestra palabra.
Flores luminosas abren sus corolas,
donde se extiende el musgo acuático,
aquí en México.
[...]
Se han levantado columnas de jade,
de en medio del lago se yerguen las columnas,
es el Dios que sustenta la tierra
y lleva sobre sí al Anáhuac
sobre el agua celeste.
Flores preciosas hay en vuestras manos,
con verdes sauces habéis matizado a la ciudad.[40]


Figura 21. Una idea de cómo fue el lago de Texcoco. Fotografía: Ana Ma. Velasco.


* Una primera versión de este trabajo se presentó en el “Seminario de cultura y alimentación”, el 3 de junio de 2014, cuando aún no se aprobaba el proyecto del nuevo aeropuerto, por lo que se hicieron modificaciones al texto original.
[1] Alguna vez se pretendió drenar, como sucedió con el lago de Chalco, cuyo lecho seco fue usado por poco tiempo como terreno de cultivo por el gran hacendado español Iñigo Noriega, amigo de don Porfirio Díaz.
[2] Antes del temblor de 2017 se conservaban alrededor de 25 hectáreas de chinampas y 140 km de canales.
[3] Jorge Legorreta, Chinampas de la Ciudad de México (México: UAM, 2014); obra póstuma de este arquitecto que defendió y pugnó por recuperar las aguas de esta cuenca.
[4] Alzáte y Ramírez, por ejemplo, propuso en el siglo XVIII un desagüe parcial del lago de “Tetzcuco”, consistente en zanjas o acequias con sus compuertas, las cuales saldrían del bordo del lago para verter el exceso de aguas a una parte de la península de Iztapalapa, pues estaba consciente de que drenar completamente el lago sería perjudicial para el equilibrio hídrico.
[5] No está muy claro su estado actual, ya que con el proyecto del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (NAICM), suspendido en 2019, empezó a cometerse el error de desecarse.
[6] Cuando se drenó gran parte del lago de Texcoco durante la primera mitad del siglo pasado, se propició una serie de tensiones ambientales que desembocaron en un grave deterioro ecológico, como la desertificación de los terrenos, y se convirtió en un foco de insalubridad que llegó a ser un grave peligro para la población del área metropolitana. En 1971, la Secretaría de Recursos Hidráulicos encabezó una comisión que tendría la tarea de estudiar las condiciones hidrológicas y ecológicas del lago y así se formuló el Plan Texcoco. De ese modo se establecieron diversos programas, acciones, proyectos y obras de rescate para restaurar la región. Al final, este positivo programa pasó por diversas secretarías hasta quedar a cargo de la Comisión Nacional del Agua (Conagua).
[7] Una gran labor en defensa de este espacio ambiental en sus inicios la dieron no sólo los pueblos de los alrededores como Atenco, sino también la Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad (UCCS), entre ellos Fernando Córdoba Tapia, A. Straffon Díaz, G. A. Ortiz-Haro y otros.
[8] Ese proyecto formó parte de un trabajo de la Escuela de Arquitectura de la UNAM (con alumnos y profesores del Taller Ciudad de México), hace ya varios decenios; su objetivo era aumentar la región lacustre de Texcoco y cooperar con el proyecto que creó Nabor Carrillo, en ese momento dirigido por Gerardo Cruickshank, proyecto que se extendería igualmente a los humedales de Valle de Chalco, que en ese tiempo hubieran podido rescatarse.
[9] La zona estuvo a cargo del Gobierno Federal, administrada por la Gerencia del Lago de Texcoco, de la Conagua, de la Secretaría del Medio Ambiente y Recursos Naturales. Este lago ha estado en el listado como Área de Importancia para la Conservación de las Aves (AICA, núm. 1) y como un humedal de importancia potencial para la distribución de las aves playeras en el Proyecto Nacional de Aves Playeras de México: y forma parte de la Región Hidrológica Prioritaria núm. 68 de la Conabio. A pesar de que el Nabor Carrillo sería el primero de otros lagos, es el bastión más grande de conservación ecológica en el actual valle de México; construir ahí el aeropuerto hubiera sido un ecocidio.
[10] Uno de sus logros fue sembrar pastos adaptados a la salinidad del suelo, los cuales evitaron las terribles tolvaneras padecidas durante años en la ciudad.
[11] Teodoro González de León, prólogo a La ciudad y sus lagos (México: Instituto de Cultura de la Ciudad de México / Clío, 1998), 9-11, 9.
[12] El manejo del recurso hídrico contribuye al mantenimiento a los humedales, mediante la ejecución de obras de infraestructura hidráulica, el encauzamiento de los ríos (entre ellos, el Churubusco) para regular los escurrimientos pluviales, así como la descarga de aguas residuales y la operación de las plantas de tratamiento. Las aguas casi limpias son las que crean el lago, se inyectan al subsuelo y luego se drenan para surtir a varios poblados de agua potable.
[13] Otros embalses y charcas temporales son el lago recreativo, la laguna de Xalapango, Cuatro Caminos, Charcas de Potreros y La Cruz, si es que no se drenaron con el malogrado NAICM.
[14] De clima semiárido templado, con verano cálido y precipitación pluvial mínima de 460 mm y máxima de 600 mm por año, con el comienzo de la temporada en mayo y conclusión en octubre. La temperatura máxima es de 32 °C entre abril y junio y casi 0 °C la temperatura mínima de octubre a marzo.
[15] En el subsuelo existe un manto de agua salada y sales alcalinas que provienen del lavado de las colinas que rodean al valle de México, salmueras alcalinas compuestas de carbonato de sodio y cloruro de sodio, sales que por capilaridad afloran y ensalitran las tierras con tequesquite o carbonato de sodio puro (trona o urao).
[16] Treinta corresponden al grupo de aves playeras, por lo que es un sitio clave para su reproducción, estadía invernal, alimentación y descanso. Se han registrado hasta 40 000 individuos al año de falaropo pico-largo (Phalaropus tricolor), conocido como chichicuilote; entre las residentes representativas figuran la avoceta (Recurvirostra americana), monjita (Himantopus mexicanus), chorlo tildío (Charadrius vociferus y Actitis macularius), chorlo nevado (Charadrius alexandrinus); hay ánades cuyos nombres comunes, según información oral, son: pato bocón, payasito, cuaresmeño, golondrino, calvo, chalcuán, pinto, cuchara, cucharón, canela, coyota, chichito, charreteros, arcoíris, pato cabeza roja, coacaxtle, boludo, agachona, cabezón, chillón, tepalcate y caperuza, entre varios otros.
[17] La Artemia salina es un crustáceo branquiópodo del orden Anostraca, empleado para la acuarofilia en los primeros estados del pez; es un alimento vivo para alevines y pequeños peces.
[18] Se creó en diciembre de 1943, con una concesión del gobierno por 50 años para el uso de las aguas salinas; lo ideó un grupo de ingenieros franceses y españoles, al que se sumaron empresarios mexicanos que desde 1938 habían emprendido los primeros trabajos para poder utilizar esas sales. La Chemical Construction Corporation, de Nueva York, diseñó la planta original con base en los estudios del doctor Antonio Madinaveitia, refugiado español residente en México. Ocupaba esta empresa 800 ha que se privatizaron, en gran parte, después de que la adquirió el gobierno; fue un proyecto exitoso en el cual se producía sosa, diversas sales y alga espirulina, entre otras cosas. Inevitablemente, la corrupción imperante la hizo quebrar. En vez de hacer escuelas y bibliotecas en una parte del terreno, como se había proyectado, se construyó una zona habitacional conocida como Las Américas, un páramo alcalino en donde es difícil vivir.
[19] El consorcio ganador lo conforman las empresas: Promotora del Desarrollo de América Latina, S. A. de C. V., Acciona Agua, S. A. U., Carso Infraestructura S. A. de C. V. y Operadora CICSA, S. A. de C. V., que se encargarán de la elaboración del proyecto ejecutivo, la construcción, el equipamiento y las pruebas de la planta, además del tratamiento de aguas residuales del valle de México, la operación y el mantenimiento de la infraestructura durante un plazo de 23 años.
[20] Christine Niederberguer, Paleopaysages et archeologie pre-urbaine du bassin de Mexico, vol. II (México: CEMCA, 1987), 656-657.
[21] Para más detalle, vid. Ana María L. Velasco Lozano, “La utilización de los recursos naturales en la cuenca de México (el conocimiento y uso de la naturaleza por los mexica, en base a su alimentación)” (tesis de maestría, Escuela Nacional de Antropología e Historia, 1998); Ana María L. Velasco Lozano, “In quicua, se come, los alimentos en la cosmovisión mexica”, Históricas, Boletín del Instituto de Investigaciones Históricas, núm. 59 (septiembre-diciembre de 2000), 22-35; Ana María L. Velasco Lozano, “Los cuerpos divinos, la utilización del amaranto en el ritual mexica”, en Yolotl González, coord., Animales y plantas en la cosmovisión mesoamericana (México: Conaculta-INAH / Plaza y Valdés), 2001, pp. 39-63.
[22] William T. Sanders, Jeffrey R. Parsons y Robert S. Santley, The Basin of Mexico: Ecological Processes in the Evolution of a Civilization (Nueva York: Academic Press, 1979); Maricarmen Serra Puche, “Terremote Tlaltenco. Los recursos lacustres de la cuenca durante el formativo” (tesis doctoral, Facultad de Filosofía y Letras-UNAM, 1985).
[23] Bernardino de Sahagún (fray), Historia general de las cosas de la Nueva España, ed. de Ángel Ma. Garibay, III vols. (México: Porrúa, 1969); Bernardino de Sahagún (fray), Historia general de las cosas de la Nueva España, 5 vols., ed. de Wigberto Jiménez Moreno (México: Pedro Robredo, 1938); Bernardino de Sahagún (fray), Códice florentino, ed. facsimilar, 218-20 de la Colección Palatina de la Biblioteca Medicea Laurenziana (México: Secretaría de Gobernación / AGN, 1979), III, 184v.
[24] Alfredo López Austin, introducción, versión y notas, Augurios y abusiones (México: Instituto de Investigaciones Históricas-UNAM [Fuentes indígenas de la Cultura Náhuatl, Textos de los Informantes de Sahagún, 4], 1969.
[25] Sahagún, Historia..., ed. de Ángel Ma. Garibay, vol. III, 978.
[26] Hernando Alvarado Tezozomoc, Crónica mexicana, notas de Manuel Orozco y Berra (México: Leyenda, 1944), 231.
[27] Diego Durán (fray), Historia de las Indias de la Nueva España e islas de tierra firme, 2 vols. (México: Porrúa, 1967), I, 369.
[28] Sahagún, Códice..., III, 60v.
[29] Pescado blanco y grande o xohulli; pescado negro, iaiauhqui; el pez blanco más pequeño, amilotl; otros pequeños, como iztac michi y achialli; peces muy pequeños, michzacuan (“que andan juntos hirviendo y vuelan como saeta”); cuitlapetotl, que eran peces “barrigoncillos”, y el topotli.
En la ictiofauna de la cuenca había Chirostoma humboldtianum (amilotl de unos 30 cm), Ch. regani (más pequeño, entre 15 y 20 cm) y Ch. jordani (xacapitzahuac), Girardinichthys viviparus (cuitlapétotl), único goodeido; y entre los ciprínidos o xohuillin: Evarra bustamantei, E. Tlahuaensis y E. eigenmani, así como el más abundante: Algansea tincella. Para más referencias sobre la ictiofauna puede consultarse: Ma. Teresa Rojas Rabiela, La cosecha del agua en la cuenca de México. La pesca en el medio lacustre y chinampero de San Luis Tlaxialtemalco (México: CIESAS, 1985); Teresa Rojas Rabiela, “La tecnología agrícola mesoamericana en el siglo XVI, en Teresa Rojas Rabiela y William T. Senders, eds., Historia de la agricultura, época prehispánica-siglo XVI (México: INAH [Biblioteca del INAH], 1985), 129-231; Teresa Rojas Rabiela, “La tecnología agrícola”, en Linda Rosa Manzanilla Naim y Leonardo López Luján, coords., Historia antigua de México. Volumen IV: Aspectos fundamentales de la tradición cultural mesoamericana, México: UNAM / INAH / Miguel Ángel Porrúa, 2001, pp. 13-68; Gabriel Espinosa, El embrujo del lago, el sistema lacustre de la cuenca de México en la cosmovisión mexica (México: Instituto de Investigaciones Históricas-UNAM / Instituto de Investigaciones Antropológicas-UNAM [Historia de la Ciencia y la Tecnología, 7], 1996; Eduardo Corona Martínez, Las aves en la historia natural novohispana (México: INAH [Científica, serie Historia, 441], 2002); y la tesis de quien esto escribe.
[30] Las seis especies a las que se les denomina axayácatl son Corisella mercenaria (Say, 1832), Corisella texcocana (Jacz), Krizousacorixa femorata (Guérin, 1857), Krizousacorixa azteca (Jacz), Graptocorixa abdominalis (Say, 1832) y Graptocorixa bimaculata (Guérin). Aunque se conocen en el mercado como “mosco para pájaros”, en realidad no se trata de moscos, sino de chinches acuáticas. Taxonómicamente se incluyen en las familias Notonectidae o Corixidae, que a su vez pertenecen al suborden Heteroptera, y éste al orden Hemiptera. Vid. “Axayácatl (insecto)”, Wikipedia, recuperado de: https://es.wikipedia.org/wiki/Axay %C3 %A1catl_(insecto), consultada en enero de 2013. En otras publicaciones se le denomina Ahuautlea mexicana.
[31] El primer canal de drenaje, el de Nochistongo, se abrió en 1608 después de arduas vicisitudes, cambio de penalidades y muertes.
[32] Julieta Ramos Elorduy, “Threatened edible insects in Hidalgo, Mexico and some measures to preserve them”, Journal of Ethnobiology and Ethnomedicine 2, núm. 51 (2006), acceso el 9 de mayo de 2019, https://ethnobiomed.biomedcentral.com/articles/10.1186/1746-4269-2-51.
[33] Como se detalló en la nota 30, son en realidad seis las especies de chinches acuáticas a las que se les denomina axayácatl.
[34] Francisco Hernández de Toledo, Obras completas de Francisco Hernández, t. II-III, Historia natural de Nueva España, 2a ed. facsimilar (México: UNAM, 2015), 390.
[35] Ola Apenes, antropólogo noruego, hizo toda una investigación antropológica en la zona de Chimalhuacán, unos años antes de la Segunda Guerra Mundial y, entre otras cosas, tomó fotos de los hombres del agua practicando su oficio.
[36] Bernardino de Sahagún y Manuel Orozco y Berra llaman puxi al ahuauhtli, mientras que Ancona, Apenes y de la Llave lo reconocen como Ephydra. Say lo denomina también requesón, pues se molía y reducía a una pasta.
[37] Estas moscas o dípteros se alimentan de alga espirulina, al igual que la Artemia, y éstos a su vez son un importante alimento de peces y aves. La mosca de la salmuera abunda en el salinísimo lago Mono, en California, y también acostumbran comerla los indios paiute y la conocen como kutsavi.
[38] Aníbal Santiago, “El gran lago moribundo de Texcoco”, Emeequis, núm. 306, 7 de julio de 2013. Acceso e 10 de mayo de 2019, http://www.m-x.com.mx/2013-07-07/el-gran-lago-moribundo-de-texcoco/.
[39] Perteneciente al Grupo de Análisis de Manifestaciones de Impacto Ambiental de la Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad. Dulce Olvera, “Especialistas prevén que el NAICM acabe con lo que quedaba de las cuencas de Texcoco y la CdMx”, Sin Embargo (23 de noviembre de 2017), acceso el 8 de mayo de 2019, www.sinembargo.mx/23-11-2017/3353797.
[40] Fragmento de un canto de Nezahualcóyotl, en Miguel León Portilla, Nezahualcóyotl. Poesía y pensamiento, apud Josefina García Quintana y José Rubén Romero Galván, México Tenochtitlan y su problemática lacustre (México: Instituto de Investigaciones Históricas-UNAM [serie Histórica, 21], 1978), 17-18.

 

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Narrativas Antropológicas, primera época, año 2, número 3, enero-junio de 2021, es una publicación electrónica semestral editada por la Dirección de Etnología y Antropología Soocial del Instituto Nacional de Antropología e Historia, Secretaría de Cultura, Córdoba 45, col. Roma, C. P. 06700, alcaldía Cuauhtémoc, Ciudad de México, www.revistadeas.inah.gob.mx. Editor responsable: Benigno Casas de la Torre. Reservas de derechos al uso exclusivo: 04-2019-121112490400-203, ISSN: en trámite, ambos otorgados por el Instituto Nacional del Derecho de Autor. Responsable de la última actualización del número: Íñigo Aguilar Medina, Dirección de Etnología y Antropología Social del INAH, Av. San Jerónimo 880, col. San Jerónimo Lídice, alcaldía Magdalena Contreras, C. P. 10 200, Ciudad de México. Fecha de última actualización: 31 de diciembre de 2020.

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